Boletín Informativo, de expresión libre y creativa para padres, niños, familiares y amigos.
Hermosillo, Sonora, México.

        Poner un puente de comunicación, entre los padres que compartimos la experiencia de tener un hijo especial, es tan importante; ya que cuando nosotros recibimos la noticia de que nuestra hija Diana Laura había nacido con una malformación en el cerebro, la cual le ocasiona además de convulsiones, retraso en su desarrollo, uno piensa que no hay nadie en el mundo que esté sufriendo lo que nosotros. Nos sentimos solos, impotentes, y luego vienen las dudas referente al diagnóstico que nos dieron: "¿y si el doctor se equivocó?", "tal vez el aparato en el que le hicieron el estudio no es tan moderno,..." todas las posibilidades caben en nuestra cabeza antes de aceptar un diagnóstico tan duro. Recuerdo que la gente se me acercaba tratando de darme palabras de alivio, y todo lo que me decían me sonaba a frases vacías, y nunca olvidaré que alguien me dijo: "tu sabes que tener un hijo así, es una bendición" y yo me preguntaba ¿acaso me debo alegrar por tener un hijo enfermo? ¡pero que le pasa!.

        Me sentía enojada con los doctores, con la gente, con Dios. Luego de visitar a varios especialistas, terminamos con el primero y con el mismo diagnóstico. Yo tuve que superar esta etapa de duelo y aceptar su enfermedad y concentrar todas mis energías en ayudarla. Fue así como la empecé a llevar a estimulación temprana, terapia física, ocupacional y ejercicios en la alberca; ahí conocí a otros niños enfermos y me di cuenta que no estaba sola y que no era la única que sufría. El compartir mis experiencias con otros padres me ayudó a superar más pronto esta etapa.

        Llegaba rendida a mi casa al medio día y Diana Laura también, y no me di cuenta de que en mi afán por ayudarla estaba descuidando mi casa, a mi esposo y a mi hija de seis años. Mi esposo se mostró muy comprensivo nunca me exigió o reclamó nada y cooperaba con las labores de la casa cuando podía; pero lo que me hizo reaccionar fue, que un día estaba muy atareada no se en qué en mi casa y no escuchaba que mi hija me hablaba, entonces ella se me acercó llorando y me gritó: ¡como quisiera estar enferma para que tú me hagas caso! Eso fue como una sacudida, la abracé, le pedí perdón y me juré a mi misma que no iba a permitir que ese sentimiento creciera en ella. Ahora Diana Laura ya tiene tres años y medio, y tiene un hermanito de un año; ya no asiste a tantas escuelas, yo le hago sus ejercicios en mi casa y los combino con juegos con sus hermanos. Ellos están aprendiendo que aunque no tienen una hermanita como las demás niñas, también pueden jugar con ella de manera distinta.

        Tener un hijo especial, no debería ser como cargar una cruz, debemos de integrarlo a las actividades de nuestra familia, no olvidarnos que somos una familia, no aislarlo; es distinto a los demás, así como nuestros otros hijos son distintos también, cada uno tiene necesidades diferentes aunque sean "normales".
        Tener un hijo especial, me ha enseñado a valorar la vida de una manera distinta, es apreciar lo valioso que es tener un cuerpo sano. Ahora los pequeños detalles como ver sonreír a mis hijos, ver gatear a Diana Laura son la felicidad máxima.
Laura B.