El
pequeño J. C. nació a los ocho meses y una semana de gestación,
pesando 2.48 Kg. No estuvo en incubadora.
Su llegada a nuestras vidas, fue como un hermoso rayo de luz y de alegría;
sus encantados padres primerizos, lo sentíamos como un tesoro
muy grande que tuviéramos en nuestro hogar, tan humilde entonces.
Fue
un bebé sonriente y gracioso; aprendió a caminar en su
primer año de vida, y antes de cumplir dos, empezó a emitir
frases cortas acordes a su edad.
Parecía
un niño normal, hasta que se dio a notar su aparente hiperactividad,
que lo hacía bastante destructivo, rompiendo todo lo que encontraba
a su paso, e inclusive lo ponía en peligro, pues no paraba de
correr, sin temor por ningún lugar, animal o vehículo.
Antes
de los tres años, los especialistas le diagnosticaron "Trastorno
Global del Desarrollo". Es algo que nadie sabe a ciencia cierta
a que se debe, si se le va a quitar, disminuir o agravar con el tiempo.
Actualmente
tiene cuatro años y cuatro meses de edad, desde hace uno y medio
asiste a una escuela de educación especial (Centro de Atención
Múltiple), y tiene dos hermanitos aparentemente normales.
Cuando
lo traemos en la calle, para la gente que no lo conoce, parece un niño
común y corriente, siempre está feliz, le gusta correr
al aire libre, y con el solo hecho de hacerlo, se emociona y grita,
le encanta subir y bajar escaleras, saltar y trepar como el más
inquieto.
En
casa, es como si tuviéramos una pequeña máquina
de hacer travesuras hecha en Japón, porque nunca se descompone.
J.C. no habla ni se comunica, no siente el menor interés por
jugar con otros pequeños ni por los artistas infantiles de moda;
vaya ni por los juguetes. No entiende o no quiere tal vez entender las
cosas que para su edad son muy sencillas. En cambio, le encanta quitarse
toda la ropa, y quitar los cordones de los zapatos; le gusta hacer filas
de objetos con cucharas, platos, etc., y pararse sobre los hombros de
su padre. Frecuentemente presenta actitudes extrañas, como el
permanecer con los oídos tapados con sus propias manos, y emitir
sonidos incomprensibles.
Es
muy cariñoso con sus papás, y no es llorón en lo
absoluto; al contrario, es tan juguetón que los regaños
los toma a juego, lo cual multiplica su capacidad de hacer travesuras.
Cuando
alguno de sus papás lo regañamos fuertemente y llora,
lo hace con tanto sentimiento y lágrimas, que nos conmueve, y
nos parece que estamos tratando de encadenar un espíritu libre
e inocente a los prejuicios tontos que la sociedad nos inculca a todos
los "normales".
Pensamos
que el hecho de tener un niño como Juan Carlos, además
de darnos la dicha de disfrutarlo y también sufrirlo, nos ayuda
a ser más comprensivos, y en general mejores padres.
Lo
amamos profundamente tal y como es, y agradecemos a Dios, por tan linda
familia.
Juan Carlos R. y Ramona Alicia C.