Boletín Informativo, de expresión libre y creativa para padres, niños, familiares y amigos.
Hermosillo, Sonora, México.

        El pequeño J. C. nació a los ocho meses y una semana de gestación, pesando 2.48 Kg. No estuvo en incubadora.
        Su llegada a nuestras vidas, fue como un hermoso rayo de luz y de alegría; sus encantados padres primerizos, lo sentíamos como un tesoro muy grande que tuviéramos en nuestro hogar, tan humilde entonces.

        Fue un bebé sonriente y gracioso; aprendió a caminar en su primer año de vida, y antes de cumplir dos, empezó a emitir frases cortas acordes a su edad.

        Parecía un niño normal, hasta que se dio a notar su aparente hiperactividad, que lo hacía bastante destructivo, rompiendo todo lo que encontraba a su paso, e inclusive lo ponía en peligro, pues no paraba de correr, sin temor por ningún lugar, animal o vehículo.

        Antes de los tres años, los especialistas le diagnosticaron "Trastorno Global del Desarrollo". Es algo que nadie sabe a ciencia cierta a que se debe, si se le va a quitar, disminuir o agravar con el tiempo.

        Actualmente tiene cuatro años y cuatro meses de edad, desde hace uno y medio asiste a una escuela de educación especial (Centro de Atención Múltiple), y tiene dos hermanitos aparentemente normales.

        Cuando lo traemos en la calle, para la gente que no lo conoce, parece un niño común y corriente, siempre está feliz, le gusta correr al aire libre, y con el solo hecho de hacerlo, se emociona y grita, le encanta subir y bajar escaleras, saltar y trepar como el más inquieto.

        En casa, es como si tuviéramos una pequeña máquina de hacer travesuras hecha en Japón, porque nunca se descompone. J.C. no habla ni se comunica, no siente el menor interés por jugar con otros pequeños ni por los artistas infantiles de moda; vaya ni por los juguetes. No entiende o no quiere tal vez entender las cosas que para su edad son muy sencillas. En cambio, le encanta quitarse toda la ropa, y quitar los cordones de los zapatos; le gusta hacer filas de objetos con cucharas, platos, etc., y pararse sobre los hombros de su padre. Frecuentemente presenta actitudes extrañas, como el permanecer con los oídos tapados con sus propias manos, y emitir sonidos incomprensibles.

        Es muy cariñoso con sus papás, y no es llorón en lo absoluto; al contrario, es tan juguetón que los regaños los toma a juego, lo cual multiplica su capacidad de hacer travesuras.

        Cuando alguno de sus papás lo regañamos fuertemente y llora, lo hace con tanto sentimiento y lágrimas, que nos conmueve, y nos parece que estamos tratando de encadenar un espíritu libre e inocente a los prejuicios tontos que la sociedad nos inculca a todos los "normales".

        Pensamos que el hecho de tener un niño como Juan Carlos, además de darnos la dicha de disfrutarlo y también sufrirlo, nos ayuda a ser más comprensivos, y en general mejores padres.

        Lo amamos profundamente tal y como es, y agradecemos a Dios, por tan linda familia.

Juan Carlos R. y Ramona Alicia C.