Aparté diez camellos
que incorporé a los míos; pero la misma prontitud con
que había cedido el derviche encendió mi codicia. Volví
de nuevo atrás y le repetí el mismo razonamiento, encareciéndole
la dificultad que tendría para gobernar los camellos, y me llevé
otros diez. Semejante al hidrópico que más sediento se
halla cuanto más bebe, mi codicia aumentaba a la condescendencia
del derviche. Logré, a fuerza de besos y de bendiciones, que
me devolviera todos los camellos con su carga de oro y de pedrería.
Al entregarme el último de todos, me dijo:
—Haz buen uso de
estas riquezas y recuerda que Dios, que te las ha dado, puede quitártelas
si no socorres a los menesterosos, a quienes la misericordia divina
deja en el desamparo para que los ricos ejerciten su caridad y merezcan,
así, una recompensa mayor en el Paraíso.
La codicia me había
ofuscado de tal modo el entendimiento que, al darle gracias por la cesión
de mis camellos, sólo pensaba en la cajita de sándalo
que el derviche había guardado con tanto esmero.
Presumiendo que la pomada
debía encerrar alguna maravillosa virtud, le rogué que
me la diera, diciéndole que un hombre como él, que había
renunciado a todas las vanidades del mundo, no necesitaba pomadas.
En mi interior estaba
resuelto a quitársela por la fuerza, pero lejos de rehusármela,
el derviche sacó la cajita del seno, y me la entregó.
Cuando la tuve en las
manos, la abrí; mirando la pomada que contenía le dije:
—Puesto que tu
bondad es tan grande, te ruego que me digas cuáles son las virtudes
de esta pomada.
—Son prodigiosas
—me contestó—. Frotando con ella el ojo izquierdo y
cerrando el derecho, se ven distintamente todos los tesoros ocultos
en las entrañas de la tierra. Frotando el ojo derecho, se pierde
la vista de los dos.
Maravillado, le rogué
que me frotase con la pomada el ojo izquierdo.
El derviche accedió.
Apenas me hubo frotado el ojo, aparecieron a mi vista tantos y tan diversos
tesoros, que volvió a encenderse mi codicia. No me cansaba de
contemplar tan infinitas riquezas, pero como me era preciso tener cerrado
y cubierto con la mano el ojo derecho, y esto me fatigaba, rogué
al derviche que me frotase con la pomada el ojo derecho, para ver más
tesoros.
—Ya
te dije —me contestó— que si aplicas la pomada al ojo
derecho, perderás la vista.
—Hermano —le
repliqué sonriendo— es imposible que esta pomada tenga dos
cualidades tan contrarias y dos virtudes tan diversas.
Largo rato porfiamos;
finalmente el derviche, tomando a Dios por testigo de que me decía
la verdad, cedió a mis instancias. Yo cerré el ojo izquierdo,
el derviche me frotó con la pomada el ojo derecho. Cuando los
abrí, estaba ciego.
Aunque tarde, conocí que el miserable deseo de riquezas me había perdido y maldije mi desmesurada codicia. Me arrojé a los pies del derviche.
—Hermano —le dije—, tú que siempre me has complacido y eres tan sabio, devuélveme la vista.
—Desventurado —me respondió—, ¿no te previne de antemano y no hice todos los esfuerzos para preservarte de esta desdicha? Conozco, sí, muchos secretos, como has podido comprobar en el tiempo que hemos estado juntos, pero no conozco el secreto capaz de volverte la luz. Dios te había colmado de riquezas que eras indigno de poseer; te las ha quitado para castigar tu codicia.
Reunió mis ochenta camellos y prosiguió con ellos su camino, dejándome solo y desamparado, sin atender a mis lágrimas y a mis súplicas. Desesperado, no sé cuantos días erré por esas montañas; unos peregrinos me recogieron.
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1 Califa.
Del árabe jalifa, sucesor. Título dado al jefe supremo
del islam; sucesor de Mahoma. La fragmentación del islam en territorios
independientes desde el siglo X, hizo que el título fuera usado
por diversos monarcas. Lo mantuvieron nominalmente los descendientes
de los abbasies en Egipto, hasta la conquista turco-otomana (1517),
momento en que éstos lo adoptaron, hasta su abolición
en 1924.
2 Derviche. Voz francesa de origen persa que significa religioso.
Monje mendicante musulmán(órdenes religiosas que tienen
por instituto pedir limosna). Los derviches fueron primero eremitas
(ermitaños); posteriormente, vivieron en comunidad, dedicados
a la oración y al culto. Se extendieron por todos los países
musulmanes.
* Las Mil y Una Noches, famosa compilación de cuentos
árabes, hecha en el Cairo, a mediados del siglo XV. Europa la
conoció gracias al orientalista francés Antoine Galland.
En inglés hay versiones de Lane, de Burton y de Payne; en español,
de Rafael Cansinos Assens. El cuento Historia de Abdula, el mendigo
ciego, fue seleccionado de: Antología de la Literatura Fantástica,
de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, y Silvina Ocampo. Barcelona:
Editorial Sudamericana,1999.
La ilustración que se presenta, es una pintura de Georges de la Tour (1593-1652). El original se encuentra en Nantes, Francia; en el Museo de Bellas Artes. Fue seleccionada del libro Masterpieces of Western Art. Editado por Ingo F.Walther . Italia:, Ed. Barnes & Noble Books, 2000.