Cuando
llegué a la escuela (hacía mucho que no iba porque estaba
muy
enfermo), llegué tarde y estaban todos en el salón agachados,
escribiendo;
y una niña volteó y me vio que iba llegando y dijo gritando:
“¡profe, mire, el
toñito!”. Y yo entré, y todos decían: “siéntate
aquí”, y me puse bien feliz, y
me reí, hasta tenía ganas de llorar, y me salió
una lágrima. Abril de 2003