¿Acaso será que tus cada vez
más fuertes rayos
están consumiendo los resquicios de humanidad
de tus moradores?
¿En una ciudad tan chica, y con lacras como de
gran metrópoli?
Recientemente fui a consulta con un dermatólogo. La razón: manchas en la piel. Su oficina: en un lugar para “gente acomodada”, tenía un fuerte olor a cherry, con cámaras de T.V de circuito cerrado, vidrios de seguridad en la recepción, como si fuera un cuarto blindado; además de tres recepcionistas. Mi idea era tan sólo recibir orientación sobre cuidados que debería tener para el cuidado de la piel.
Esperé unos minutos en recepción, me pasaron posteriormente a un consultorio en donde NO se encontraba el médico. Lo que sí encontré fue: una televisión encendida donde proyectaban un programa de artistas de moda, una computadora encendida con un software médico, publicidad en forma de trípticos sobre los diferentes tratamientos estéticos, una camilla con el instrumental médico, etc. todo muy ad hoc. Posteriormente entra el médico, se presenta con una actitud fría, distante. Hace su interrogatorio maquinalmente, de manera autoritaria:
–Dígame: su edad,
ocupación,
lugar de trabajo,
motivo de consulta;
Todo esto sin verme, sólo escribiendo en su computadora. Me pide que me suba a la camilla, me revisa la parte afectada como si fuera una cosa, se regresa a su computadora, escribe varios minutos y luego me entrega una receta que debo de surtir en su propia farmacia.
Me habla, como una retahíla, de los efectos secundarios del rayo láser (nunca me explicó qué era); y sinceramente hubo un momento que sólo veía su boca moverse, y escuchar algunas palabras aisladas: como latigazo, úlcera, dolor, cuando si lo único que quería era ser escuchada y orientada por una persona experta en la materia, empática. Le respondo al médico que no acepto su propuesta y él se enfurece diciéndome que ya tenía todo listo. Me señala agresivamente que vaya por lo menos a conocer la máquina. Paso por una gran estancia, con todo y sus muebles de estar hasta llegar al otro consultorio, donde se encuentra “su flamante máquina de rayos láser”. ¿Acaso pensaría que esa máquina, que me imagino es bastante costosa, me iba a impresionar, a convencer, a dar confianza, todo lo que él como médico no me brindó? Le habla a su ayudante y le dice: –“no se va hacer, porque tiene mi e e e do”. Eso le dije a él, porque no podía decirle lo que realmente pensaba y sentía: “que me parecía una persona inhumana, déspota, burlona; que lo único que veía en mí era una vieja que le estaba dando lata y que le iba a hacer perder su valioso tiempo y su dinero. El cual ya había contemplado iba a ganar conmigo. Tampoco le interesaba saber cómo me sentía en ese momento; y era: como si fuera un animal que llevaban al matadero”.
El médico salió de este consultorio echando chispas, le dijo a su ayudante que se hiciera cargo, mismo que no supo como salir del paso. Me despedí. Y en la primera puerta de salida (que se maneja automáticamente por las recepcionistas) me detuvieron para cobrarme la consulta y darme una tarjeta donde debía surtir la receta, que desde el inicio me había entregado el médico. Lo que el médico tampoco se enteró fue: que la noche anterior soñé que estaba en el consultorio médico, que dicha persona se enojaba y mandaba a su asistente para que me atendiera y que esta persona con una pistola me disparaba en cada mancha de la piel. Con todo lo anterior, ¿cómo podía tener la suficiente confianza para someterme a un animal como éste? … tan sólo lo que quería era un poco de comprensión, de afecto, de atención…
Al salir de dicho lugar no pude mas que llorar. Todo es tan patético que hasta risa me da, porque al escribirlo me recuerda la canción de José Alfredo Jiménez, aquella que dice: …y llorar y llorar…llorar y llorar…
Mi idea de compartir esta experiencia es con el fin de poder expresar mis sentimientos, organizarlos, comprenderlos y aprovechar este espacio para poder construir puentes de comunicación con otras personas que hayan pasado por experiencias similares.
Es muy triste ver que como sociedad, me refiero concretamente en nuestra localidad, se privilegia el valor económico por encima de lo humano. Esto lo padecemos no sólo con los médicos como en el caso anterior, sino también en las escuelas con los maestros, etc. Y no me hace pensar otra cosa mas que:
¡Caray! ¡Hágamos cada quien algo humano por los demás, todo esto sólo nos lleva a la destrucción! No cuesta dinero, sólo vencer nuestros prejuicios, nuestra ignorancia, nuestra inercia, nuestro egoísmo… (Junio de 2003).