Boletín Informativo, de expresión libre y creativa para padres, niños, familiares y amigos.
Hermosillo, Sonora, México.

Si bien es cierto que, los maestros, son un pilar fundamental en la educación y en el desarrollo del niño y contamos con muchísimos ejemplos de su extraordinaria labor como docentes, también existen algunos, que pueden resultar altamente perjudiciales, no sólo para su formación educativa, sino también en su salud emocional y como consecuencia física. De estos últimos, son de los que queremos referirnos en esta ocasión.

Por experiencia en nuestra práctica clínica, hemos tenido la oportunidad de observar o detectar situaciones inadecuadas que lesionan el tan citado proceso de “enseñanza-aprendizaje”. Casos que van desde humillar a algún niño en su salón de clases comparándolo con los más aventajados; o ridiculizarlos empleando para ello estrategias antipedagógicas como ponerles “orejas de burro”, u otras más sutiles pero no por ello menos dañinas para su autoestima. En otros casos se ha llegado hasta agresiones más evidentes, como son los golpes; hasta intimidar a los mismos padres. Pasando por una serie de arbitrariedades, al determinar la permanencia de los alumnos en las escuelas.

Otro fenómeno que se ha venido observando, aparte de dichas prácticas, es el poder o control que han adquirido algunos maestros y/o directores de escuelas, las cuales se han convertido en lugares donde impera una especie de tiranía, en las que se ejerce un poder absoluto y autoritario. Ahí, las sociedades de padres de familia son sólo de nombre, porque cuando ellos quieren defender sus derechos, simplemente se les coacciona para que desistan de sus intentos; en algunos casos no les queda otro camino que cambiar a su hijo de escuela.

Y, ahora, que se ha convertido en una moda las escuelas bilingües, se nos presenta otro problema: en algunos casos (queremos pensar que son los mínimos) no se cuenta con maestros con una formación docente, sino sólo con adiestramiento en el idioma inglés; no existen programas para detectar tempranamente dificultades en el aprendizaje; ni mucho menos programas remediales. Así, transcurren años hasta que se manifiestan de manera evidente dichos problemas. Los niños, entonces, pierden tiempo en un sistema educativo que sólo los hace inseguros, temerosos y hostiles hacia todo lo que tenga que ver con lo escolar.

Lo anterior se ve reforzado, por el hecho de que, de las mismas escuelas, envían a los niños “problema” a evaluaciones, y por consiguiente son expuestos a diagnósticos y tratamientos controversiales (en algunos casos nocivos), que cierran el círculo de maltrato hacia éstos. Es importante aclarar, que no sólo la escuela puede resultar en un perpetrador de maltrato, sino que dada la vulnerabilidad del niño frente al poder del adulto, cualquiera puede ser potencialmente perjudicial. Así, tenemos en primer lugar a los padres, luego los maestros, médicos, psicólogos, etc; y en ocasiones, desafortunadamente, todos ellos intervienen en que se lleve a cabo dicho fenómeno de maltrato. A su vez, esto incidirá en que los mismos niños maltraten a otros.

Por otra parte, se ha demostrado en estudios recientes: Teicher, 2002, por citar un ejemplo; que el maltrato en la vida temprana del niño, puede tener efectos negativos duraderos en el desarrollo y función de su cerebro. Puesto que el abuso sucede durante el tiempo crítico formativo cuando el cerebro está siendo esculpido por la experiencia, el impacto del estrés severo (como respuesta al abuso), puede dejar un sello imborrable en sus estructuras y función. Tal abuso parece inducir una cascada de efectos moleculares y neurobiológicos que alteran irreversiblemente el desarrollo neural. Sus consecuencias pueden manifestarse en cualquier edad en una variedad de formas: Internamente puede aparecer como depresión, ansiedad, pensamientos suicidas o estrés postraumático. También puede ser expresado hacia afuera como agresión, impulsividad, hiperactividad o abuso de sustancias. Asimismo, se ha demostrado una fuerte vinculación entre maltrato físico, sexual y emocional en los niños y el desarrollo de problemas psiquiátricos.1

Nos parece necesario hacer este tipo de comentarios, y no caer en la complicidad del silencio. Porque para usted lector, ¿qué sentiría ser el padre, la madre, el tío, etc, de un niño con el cual se cometen esta clase de abusos? Necesitamos propiciar un cambio, que conduzca a acciones destinadas a transformar estas anomalías.

El reconocer pública y abiertamente los problemas es un primer paso, los siguientes tendrán que ser planeados y meditados pensando en el beneficio de los mismos niños.


Los editores:
Dra. Ana Silvia Figueroa D.
Dr. O. A. Campbell A.

1 Teicher MH. Scars that Won´t Heal: The Neurobiology of Child Abuse. Scientific American. 2002.