Capítulo
XXXI
Donde se apunta la aventura del rebuzno...
Después de la aventura en la cueva de Montesinos,
marcharon hacia una venta cercana para pasar la noche.
No llevaban caminado mucho tiempo, cuando vieron venir a un hombre a
pie, caminando de prisa y dando varazos a un mulo que iba cargado de
lanzas y alabardas1. Don Quijote le dijo:
-Deteneos, buen hombre,
que parece que vais con más prisa de la que ese mulo puede aguantar.
-No me puedo detener,
señor -respondió el hombre-, porque las armas que aquí
veis han de servir mañana. Y si queréis saber para qué
las llevo, en la venta que está más arriba de la ermita
pienso alojarme esta noche, y si es que hacéis el mismo camino,
allí me encontraréis y os contaré maravillas.
Llegaron Don Quijote, Sancho y el primo a la venta, a tiempo que anochecía.
Y con gran gusto de Sancho, al ver que su señor la juzgó
por venta, y no por castillo como solía hacer.
No bien hubieron entrado, Don Quijote preguntó al ventero por
el hombre de las lanzas y alabardas. El ventero les condujo a él,
que ya estaba acomodando su cabalgadura en la cuadra. Y cuando todos
se hubieron instalado en el patio, el hombre comenzó su relato
de esta manera:
-Sabrán
vuestras mercedes que en un lugar que está cerca de aquí,
sucedió que a un regidor 2 le faltó un asno,
y aunque hizo todo lo posible, no pudo hallarlo. Quince días
hacía que el asno le faltaba, cuando, estando en la plaza, otro
regidor del mismo pueblo, le dijo:
-Alégrese, compadre,
que vuestro jumento ha aparecido. En el monte lo vi esta mañana,
sin albarda y sin aparejo alguno, y tan flaco, que daba compasión
mirarlo. Quise cogerlo y traéroslo, pero está ya tan montaraz
y huraño, que cuando me acerqué a él, salió
huyendo y se entró en lo más escondido del monte. Si queréis
podemos volver los dos a buscarlo.
Los dos regidores se fueron al monte, y llegando
al lugar donde pensaban hallar al asno, no lo vieron por mucho que lo
buscaron. Al ver que no aparecía, dijo el regidor que lo había
visto:
-Mirad, compadre, una
idea me ha venido al pensamiento, con la cual podemos descubrir a ese
animal; y es que yo sé rebuznar maravillosamente, y si vos sabéis
otro tanto, podemos seguir mi plan.
-¿Otro tanto,
decís? -replicó el otro-. Por Dios que a rebuznar no me
aventajan ni los mismos asnos.
-Enseguida lo veremos
-dijo el segundo regidor-, porque mi plan es que os vayáis por
una parte del monte y yo por la otra, de modo que lo andemos todo; y
de trecho en trecho rebuznaréis vos y rebuznaré yo, y
así el asno nos oirá y responderá, si es que está
en el monte.
-Y dividiéndose
los dos, según el acuerdo, sucedió que casi a un mismo
tiempo rebuznaron, y cada uno engañado con el rebuzno del otro,
acudieron a buscarse, pensando que el jumento había aparecido.
De modo que, al encontrarse otra vez los dos, dijo el que lo había
perdido:
-No puedo creer que
no fuera mi asno el que rebuznó.
-No lo fue, compadre
-dijo el otro-, que fui yo.
-Ahora veo -dijo el
dueño-, que entre vos y un asno no hay ninguna diferencia, en
cuanto a rebuznar.
-Estas alabanzas mejor
os atañen a vos, compadre -replicó el otro-, que, en un
concurso de rebuznos, podéis dar dos rebuznos de ventaja al mejor
rebuznador y aún lo ganaréis.
Dicho esto, se dividieron de nuevo y volvieron a
sus rebuznos, sin que el perdido jumento respondiese. Y es que ¿cómo
iba a responder el pobre si lo hallaron en lo más escondido del
bosque, comido por los lobos?
Al ver esto, desconsolados y roncos, se volvieron a la aldea, donde
contaron a sus vecinos y amigos lo que les había pasado, exagerando
cada uno la gracia del otro, todo lo cual se supo y se extendió
por los pueblos de alrededor. Y en esto, el diablo, que no duerme, hizo
que las gentes de los demás pueblos, al ver a alguno de nuestra
aldea, se pusieran a rebuznar burlándose de nosotros. Y ha llegado
a tanto la burla, que muchas veces, con armas en las manos y formando
escuadrón, han salido unos contra otros, burladores y burlados,
a darse batalla. Justamente mañana han de salir los de mi pueblo,
que son los del rebuzno, contra los de otro lugar que está a
dos leguas. Y para salir bien preparados, llevo compradas estas lanzas
y alabardas que habéis visto.
Y con esto dio fin a su plática el buen hombre.