Boletín Informativo, de expresión libre y creativa para padres, niños, familiares y amigos.
Hermosillo, Sonora, México.

Dra. Ana Silvia Figueroa D.

        En tanto que las situaciones de violencia marital se desarrollan en función de una relación de dominación, toda mujer puede vivir alguna vez un episodio de maltrato muy violento. Sobre lo que hay que reflexionar es, que no hay ninguna característica individual o conducta que pueda justificar el empleo de la violencia por otra persona. Lo que una mujer pueda hacer o no, es la excusa pero no el motivo del comportamiento del hombre golpeador. El ataque, el acto violento se origina y parte de quien lo comete, aunque socialmente se tienda a culpar o responsabilizar a la víctima, mediante argumentos parciales y prejuicios que funcionan como justificativos de acciones criminales.

        El que justifica este fenómeno aludiendo que esas mujeres son enfermas no repara en que así se transforma al problema en algo individual, desdeñando las raíces sociales del asunto. Resulta más sencillo pensar que una mujer disfruta del maltrato que aceptar su derecho a ocupar un lugar de igualdad en la sociedad y a compartir el poder.

        Otra manera de minimizar el problema de la violencia masculina es, decir que los hombres violentos son enfermos, con lo cual se pretende reducir el fenómeno a un pequeño grupo tan perturbado como para causar daño a sus esposas. Los hombres, sobre todo, apelan a este mito como para diferenciarse entre sí y negar el hecho de que todos ellos han sido socializados para ejercer la violencia porque eso es "viril".

Educación y formación de los hombres.

        La mayoría de los hombres han sido, y son, educados en la llamada "mística de lo masculino". Esto significa que se ha perpetrado en ellos un aislamiento emocional y una incapacidad adquirida para admitir y comunicar lo que sienten.

        Según las pautas culturales, transmitidas por la sociedad y la familia, los principios del verdadero hombre son: hay que ser fuerte, independiente, seguro, agresivo, audaz, competitivo, invulnerable; no hay que tener miedo, ni dudas, ni angustia, ni vergüenza; hay que buscar el éxito y el poder. El deporte, la política y el sexo son los terrenos más seguros y explayarse en ellos no pone en riesgo la intimidad.

        Se estructuran así capas de represión y de control que facilitan la negación de las emociones y la posibilidad de situarse en las formas exteriores de la actividad considerada viril; hacer, lograr, ganar, competir, producir, controlar; importan sobre todo los hechos, nada que tenga que ver con sentimientos.

        Las consecuencias de este aprendizaje del estoicismo ante los sentimientos son: que el hombre no puede brindarse a la intimidad afectiva, que rehuya las situaciones emotivas, que no acepte ni pida ayuda, que pretenda ser comprendido sin decir nada de sí mismo, que su idea de amor apunte a la posesión sexual de la mujer, o las palmadas en la espalda a los amigos; y a imponer más disciplina a los hijos, pues piensa que eso es quererlos bien y no andar con mimos. Todo esto es reforzado por diversos medios, como los héroes de la televisión o del cine.

        Los protagonistas masculinos se relacionan mejor con su caballo, su carro, o su moto a los cuales saben cuidar y "entienden" mejor que a una mujer. Por eso para mantener la hombría resulta útil desvalorizar a la mujer, tratar de tener siempre la razón, hacer bromas o chistes para eludir la emoción, fingir gran confianza y seguridad aunque por dentro se sienta pánico, rechazar cualquier exigencia de manifestar lo que se siente, negarse a dar información sobre su conducta, hablar mucho sin decir nada, usando las palabras como cortina de los verdaderos sentimientos, parecer y no ser abierto.