Dra. Ana Silvia Figueroa D.
En tanto que las situaciones de violencia
marital se desarrollan en función de una relación
de dominación, toda mujer puede vivir alguna vez un episodio
de maltrato muy violento. Sobre lo que hay que reflexionar es,
que no hay ninguna característica individual o conducta
que pueda justificar el empleo de la violencia por otra persona.
Lo que una mujer pueda hacer o no, es la excusa pero no el motivo
del comportamiento del hombre golpeador. El ataque, el acto
violento se origina y parte de quien lo comete, aunque socialmente
se tienda a culpar o responsabilizar a la víctima, mediante
argumentos parciales y prejuicios que funcionan como justificativos
de acciones criminales.
El que justifica
este fenómeno aludiendo que esas mujeres son enfermas
no repara en que así se transforma al problema en algo
individual, desdeñando las raíces sociales del
asunto. Resulta más sencillo pensar que una mujer disfruta
del maltrato que aceptar su derecho a ocupar un lugar de igualdad
en la sociedad y a compartir el poder.
Otra manera
de minimizar el problema de la violencia masculina es, decir
que los hombres violentos son enfermos, con lo cual se pretende
reducir el fenómeno a un pequeño grupo tan perturbado
como para causar daño a sus esposas. Los hombres, sobre
todo, apelan a este mito como para diferenciarse entre sí
y negar el hecho de que todos ellos han sido socializados para
ejercer la violencia porque eso es "viril".
Educación y formación de los hombres.
La
mayoría de los hombres han sido, y son, educados en la
llamada "mística de lo masculino". Esto significa
que se ha perpetrado en ellos un aislamiento emocional y una
incapacidad adquirida para admitir y comunicar lo que sienten.
Según
las pautas culturales, transmitidas por la sociedad y la familia,
los principios del verdadero hombre son: hay que ser fuerte,
independiente, seguro, agresivo, audaz, competitivo, invulnerable;
no hay que tener miedo, ni dudas, ni angustia, ni vergüenza;
hay que buscar el éxito y el poder. El deporte, la política
y el sexo son los terrenos más seguros y explayarse en
ellos no pone en riesgo la intimidad.
Se
estructuran así capas de represión y de control
que facilitan la negación de las emociones y la posibilidad
de situarse en las formas exteriores de la actividad considerada
viril; hacer, lograr, ganar, competir, producir, controlar;
importan sobre todo los hechos, nada que tenga que ver con sentimientos.
Las consecuencias
de este aprendizaje del estoicismo ante los sentimientos son:
que el hombre no puede brindarse a la intimidad afectiva, que
rehuya las situaciones emotivas, que no acepte ni pida ayuda,
que pretenda ser comprendido sin decir nada de sí mismo,
que su idea de amor apunte a la posesión sexual de la
mujer, o las palmadas en la espalda a los amigos; y a imponer
más disciplina a los hijos, pues piensa que eso es quererlos
bien y no andar con mimos. Todo esto es reforzado por diversos
medios, como los héroes de la televisión o del
cine.
Los protagonistas
masculinos se relacionan mejor con su caballo, su carro, o su
moto a los cuales saben cuidar y "entienden" mejor
que a una mujer. Por eso para mantener la hombría resulta
útil desvalorizar a la mujer, tratar de tener siempre
la razón, hacer bromas o chistes para eludir la emoción,
fingir gran confianza y seguridad aunque por dentro se sienta
pánico, rechazar cualquier exigencia de manifestar lo
que se siente, negarse a dar información sobre su conducta,
hablar mucho sin decir nada, usando las palabras como cortina
de los verdaderos sentimientos, parecer y no ser abierto.