El control financiero es un arma que también utiliza para que ella pierda el orgullo y sienta que debe mendigar y suplicar para los gastos de la casa o de los hijos. Para ella no se atreve a pedir nada. Él desdeña las necesidades de la mujer y la acusa de que es por su culpa que no le da nada: “ella tiene que aprender a ser menos gastadora y a valorar que él trae el dinero”. Se va sintiendo cada vez más extenuada y cansada. La obliga a actos humillantes a los que ella no puede resistirse para no ser castigada. Él decide si puede o no encontrarse con otra gente o hacer invitaciones a casa; la acompaña a hacer sus compras o las hace él con tal de que no salga a la calle. La controla por teléfono para vigilar que esté en casa todo el día. El vínculo que ella tiene con la familia también lo violenta. Se ensaña con aquellos objetos que concentran la atención y el cariño de la esposa: animalitos, plantas, fotos, cartas, recuerdos, adornos, cosas que le sirven de entretenimiento o compañía; o bien, sus elementos de trabajo o de estudio; libros, ropa, muebles, etc.
Tal como sucede con el guardia de un campo de concentración, un marido violento se siente superior y poderoso cuando ha llevado a su esposa al límite. Ella revive experiencias infantiles al recibir el castigo como algo vergonzoso, que no puede mencionarse, y se siente indefensa como una niña ante un padre cruel y dominante.
Consecuencias de la exposición
a la violencia.
Nadie puede vivir varios años en tales condiciones
sin que se operen cambios en su personalidad. La mayor adaptación
se produce cuando menos contacto se tiene con el exterior, toda
la atención queda concentrada en lo que se vive dentro
de la casa y las energías quedan sólo al servicio
de la supervivencia. El tiempo transcurre en la ejecución
de tareas serviles en un presente inmediato, pues se va perdiendo
la noción del tiempo, las posibilidades de pensar con
calma y la capacidad de trazar planes para el futuro.
Cuando se llega a percibir una alteración en
el comportamiento de la mujer, factible, luego de una prolongada
exposición a la violencia, suele confundirse con señales
de alguna enfermedad mental y no se las atiende como lo que
son: secuelas del sufrimiento por el abuso. Por lo tanto, se
pueden llegar a tomar las consecuencias de la violencia como
rasgos de la personalidad de la víctima, formulándose
un diagnóstico equivocado. Incluso la depresión
que casi todas presentan es un producto de la situación
y no una característica de la estructura personal de la mujer. No hay que olvidar que la mujer golpeada o maltratada no conoce su propio síndrome y piensa que el problema le atañe a ella exclusivamente. Tiende a verse a sí misma con la imagen estereotipada que maneja la sociedad para ridiculizarla. Así se arma la conspiración del silencio, forjada entre víctimas, victimarios e instituciones, todos ellos bajo el influjo de mitos y prejuicios.
Graciela B. Ferreira, en su trabajo con mujeres golpeadas (realizado en Buenos Aires, Argentina) señala que, es más factible que se entregue vencida y exhausta o que hagan de ella cualquier cosa, por ejemplo internarla. Dado que está habituada a obedecer y a no cuestionar porque sabe que es peligroso. Así, puede terminar en un pabellón psiquiátrico; refiere en su libro La Mujer Maltratada, que le tocó haber visto casos de estos, más de lo que quisiera acordarse.