Educación y formación de las mujeres.
La población femenina general, posee una serie de rasgos debidos a la educación y formación recibida con el objeto de diferenciar su rol genérico: la pasividad, la tolerancia, la desvalorización, la falta de afirmación, la obligación familiar y la realidad de que no es nadie sola, es decir, sin un hombre al lado.
Estos factores se ven acentuados en la mujer maltratada, en cuya condición influyen especialmente la adhesión íntima a estas características femeninas tradicionales, que incluyen la propensión a sentir vergüenza , culpa, y miedo.
Muchas mujeres maltratadas conocieron la violencia en su infancia como víctimas o como testigos del abuso de su madre. Eso pesa en el sentido de una percepción diferencial y una mayor tolerancia a las distintas formas de agresión. Si en la familia de la mujer la relación violenta estaba integrada a las formas de funcionamiento, la resolución de conflictos por medio de la agresión no le parecerá algo raro. La continuidad de lo visto en la infancia, durante su vida adulta la mantiene en sus conductas defensivas: encerrarse en sí misma lo necesario para sobrevivir, integrar una autoimagen negativa semejante a la de la madre, racionalizar y negar las agresiones para poder sobrellevar el dolor, hacerse muy dependiente y obediente para reducir al máximo las posibilidades de ataque.
Al sentirse excesivamente responsables del despliegue de violencia, las mujeres se hacen cargo de la situación pensando en la familia como norma abstracta más que en poder asegurar su persona. Abandonan la iniciativa en pro de códigos morales, sociales o religiosos que no son funcionales ni operativos en los momentos en que está en juego su integridad. La sociedad induce a las mujeres a reprimir la expresión de enojo o la cólera, aduciendo que "no es femenino". Ser dulce y comprensiva se consideran atractivos, pero cuando se producen situaciones violentas dejan a la mujer desamparada y sin respuesta. Además, esa prohibición de enojarse hace que los sentimientos se repriman y estallen hacia adentro, causando depresiones, trastornos psicofísicos y desarreglos de todo tipo.
Dolor crónico como consecuencia del abuso.
Estudios clínicos realizados con mujeres, muestran una asociación directa entre abuso y dolor crónico. Tal es el caso del trabajo descrito por la Dra. Radomsky en su libro Lost Voices; el cual consistió en un estudio realizado en Alberta, Canadá, con 120 mujeres de su practica clínica familiar, con un promedio de edad de 34 años, y 12 años de estudio; encontró que aquellas quienes identificaron a padres dependientes de alcohol, violentos, rígidos o difíciles se encontraron en un alto rango para enfermedades crónicas; la mayor parte, problemas de dolor crónico. Además éstas mujeres reportaron más abuso sexual y/o físico que las que negaron tener padres con esas características. Aquéllas que identificaron abuso, fueron diagnosticadas con más enfermedades crónicas y más cirugías durante su vida que las que negaron el abuso.
Durante el tiempo que condujo su investigación, se percató de la conexión entre dolor crónico e indefensión en la mujer. Las mujeres quienes contaron sus historias acerca de abuso, siempre hicieron referencia a historias en las cuales ellas fueron calladas. Aquellas que identificaron padres rígidos, difíciles o dependientes de alcohol, inevitablemente experimentaron pérdida de su propia voz en esos sistemas familiares. Sus familiares reforzaron su indefensión, algunas veces por un abierto abuso, pero también a través de continua invalidación. Siendo clasificadas dichas mujeres como neuróticas, inadecuadas, incapaces; sin un sentido del grado en el cual fueron aterrorizadas, frustradas, deshumanizadas y regularmente víctimas de violencia.