Mi hija es una niña de 6 años. Hace aproximadamente 2 años empezó a desarrollar manchas blancas en su cara y cuello. Ella es una niña de tez morena, y sus manchas son de color blanco lechoso, por lo que resultan muy notorias. Sus manchas empezaron primero de un color un poco más claro que su color natural; así que primero pensamos que eran manchas por el sol, muy comunes en tierras tan calientes como esta. Después, al ver que éstas se comenzaban a tornar cada vez más claras empezamos a preocuparnos y la llevamos con un dermatólogo. El primero que visitamos nos dio la mala noticia de que se trataba de vitiligo, enfermedad en que las personas se cubren totalmente de manchas blancas y para la cual no se conocía una cura efectiva. Esta enfermedad es a la que vulgarmente se le llama “jiricua”.
Para nosotros sus padres fue algo muy doloroso y difícil de aceptar ¿cómo era posible que no se pudiera hacer nada?, ¿cómo ver cada día como las manchas aumentaban y aumentaban, y estar con los brazos cruzados?. Le recetaban unas pomadas con la advertencia de que posiblemente no le servirían de nada; y que lo más importante era que ella y nosotros estuviéramos tranquilos. Que su problema era estético, y que había enfermedades mucho más graves que esa. También hubo el doctor, que recomendó me fuera al departamento de higiene mental del DIF; porque a lo mejor el problema de la niña era por situaciones que vivía en su casa y que ponían tan nerviosa a la niña, y que por eso se había enfermado... Mi desesperación aumentaba, por un lado me culpaban a mí de su problema, y por el otro, las manchas crecían cada vez más y yo no podía hacer nada, mucho menos que la niña me viera triste o preocupada porque eso también le podía afectar; aunque como dije antes, las probabilidades eran de que su vitiligo siguiera aumentando.
Para ella, lo más difícil, fueron los comentarios negativos de los demás niños. No faltó el que llegaba y decía ¡Que asco, ya viste como está!, ¡Que fea te ves!; o los adultos que la ven con cara de asombro y casi gritando enfrente de ella me dicen ¡Pero qué le pasó a la niña!, ¡Oyes, pero se te va a llenar de manchas! ¡pobrecita!. Cuando pasaba eso, la niña se iba a su cuarto, se acostaba en su cama y se arropaba hasta la cabeza para ponerse a llorar. Al principio, en su inocencia, ella muy contenta me preguntaba que si ya iba a ser blanca como su hermanita, y a mi eso, me rompía el corazón... Después, cuando vio el rechazo de los demás niños, se dio cuenta que lo que tenía no era algo bueno y empezó a no querer salir para que no la vieran. Ya no quería ir a la escuela ni tampoco salir a jugar con los demás niños.
Por fin, encontramos a un doctor que atiende a personas con esta enfermedad, algunos con resultados positivos y otros no. Aun así, pensé y lo sigo haciendo, que si hay gente que ha mejorado con un tratamiento, lo tengo que intentar, lo peor es no hacer nada.