Por fin salió del hospital, pero con muchos medicamentos. La llevé con un pediatra conocido, la checó y me dijo que lo primero que hiciera era llevarla al CREE porque ahí había especialistas. Pues yo la llevé y al mirar a muchos niños que estaban enfermos y que hacían cosas anormales, que se les notaba lo enfermo que estaban y yo le dije a mi esposo en cuanto salí que no volvería a ese lugar, yo no aceptaba que mi niña estaba mal y pues después de llorar y platicar mi esposo y yo decidimos volver. Hoy ya la niña tiene ocho años yendo a ese lugar donde yo la he visto por lo menos sentarse sola, gatear que para mí eso es muchísimo, es como un milagro que para otras personas no significa nada. Pero eso no es todo, hemos pasado muchas cosas: buenas y malas. Cuando la niña tenía 5 años, me regalaron una silla de ruedas, que desde hacía mucho tiempo me hacía falta, pero yo no lo quería aceptar, porque para mí verla sentada ahí era como si no tuviera remedio. La primera vez que tuvimos la silla en nuestra casa la llevamos a pasear en la silla, pero cuando al acostar a la niña mi esposo y yo nos pusimos a llorar, yo me abracé de la silla como pidiéndole que se fuera. Ya que me dasahogué pensé que ni modo, pues que nos hacía falta.
Al día siguiente dije:”ahora a enfrentar a la gente, sus miradas crueles, con lástima”. Mi familia por ejemplo, ni siquiera querían tocar la silla; cuando iba a su casa inmediatamente la bajaban de la silla, no la querían ver ahí. Mi suegra al verla por primera vez lloró mucho y me dijo:”yo no quería verla así”, la abrazó y le dijo: “yo no quería verte así mi niña”. Yo sentía un nudo en la garganta cuando me daba cada quien su opinión o comentario. Unos aparentaban estar contentos, otros indiferentes, pero para mí todo era oscuro, era como una puerta sin salida.
Pasaba el tiempo y yo no lo podía aceptar por completo. He pasado noches enteras sin poder dormir, pensando en qué pasará con mi niña si algún día yo le faltara, que sería de ella. Eso a mí me mata. Ella convulsiona desde hace 7 años, yo no sé si a ella eso le duela. A veces quisiera meterme dentro de ella, para saber qué pasa por su mente. A veces pienso que nadie me entiende, muchas veces me despierto sin ganas de vivir, que mi vida no tiene sentido. Y luego veo a mi niña indefensa y le pido a Dios que me de fuerza y voluntad para seguir adelante con el problema de mi hija. Otras veces le pido que se la lleve por no verla sufrir como convulsiona, y al ratito pienso que yo sin ella no podría vivir.
Bueno, pero no todo es sufrir. Ya que pasé el trago amargo de mi vida, nació mi segunda hija, en el fondo tenía un temor de que pasara lo mismo con mi segunda hija, pero tenía mucha fe. Y gracias a Dios, todo salió bien. Yo no lo podía creer porque al tenerla en mis brazos, muy sana tan diferente a mi parto anterior, todo era tan tranquilo, pero al mismo tiempo pensaba en la otra niña, se me cerraba el mundo. Pensaba que no podría con las dos, que desatendería a mi niña que tanta atención necesita. Pero no fue así, yo para todo tengo tiempo. La niña chiquita ahora tiene 2 años, y ella me ayuda a cuidar a su hermanita.