Boletín Informativo, de expresión libre y creativa para padres, niños, familiares y amigos.
Hermosillo, Sonora, México.

Soy enfermera, de muchos años en la profesión; y cerca de 10 años laborando en el servicio de urgencias en un hospital de esta ciudad, en donde me ha tocado atender de todo tipo de accidentes; así como padecimientos, y a usuarios con distintos caracteres. Y al proporcionar mis cuidados de enfermería, a los usuarios infantil, y pediátricos de urgencias, siempre se me representaban a mis hijos. Ya que tengo cuatro de distintas edades. Esto lo anoto, porque antes del 13 de enero de 2003, ninguno de ellos había requerido utilizar el servicio de urgencias. Ese día como siempre salí de mi casa a las 6:30 Hrs. no sin antes haberme despedido de mis hijos y darles un beso. Todo transcurrió tan normal: aparentemente yo había dejado a mis hijos en buen estado de salud, ya listos para que ellos salieran a su escuela a clases; pero cerca de las 13:00 Hrs. me llama una de mis hijas y me dice: “¡mamá mi hermanito tiene fiebre, qué le doy! Le digo: dale paracetamol, ya voy a salir “. No bien había colgado, cuando de nuevo sonó el teléfono, y me dice: “¡mami, toñito está temblando; así como nos dices que se ponen los niños graves!”.

Esto ocurrió en menos de un segundo. Desde ese momento ya no tuve tranquilidad. Yo sabía que algo pasaba en mi casa y muy grave; ya que acostumbro a platicar con mis hijos de las cosas que pasan durante el día; sobre todo de los casos más impactantes. En lo que yo avisaba a la supervisión que necesitaba salir, y que mi hijo estaba mal, volvió a sonar el teléfono y de nuevo mi hija Natalia me dice: “Ya no vengas, ya te llevan a mi hermanito; que los esperes allá, dice mi tía Tony.” Esos minutos fueron eternos para mí, ni una espera se me había hecho tan larga como esa ocasión. Incluso mis compañeros de trabajo me hacían bromas para cortarme la tensión; diciendo que a lo mejor sólo estaba temblando de frío, y que no eran convulsiones. Yo le dije: “no doctor, yo conozco a mis hijos; ellos saben de los casos de urgencias, y sólo cuando pasa algo así llaman”. De diferentes maneras pero trataban de hacerme reír.

En eso, como desde ese momento ya no me hice cargo del servicio, le pedí de favor a una compañera que se hiciera cargo. Yo estaba parada en la puerta esperando ver aparecer el carro de mi hermana; salí a encontrarlos, y grande fue mi sorpresa y mucho más fuerte mi dolor al ver a mi hijo en el asiento de atrás en estado inconsciente. Me quedé impactada, ya que a las 6:30 de la mañana yo había dejado a Luis Antonio en aparente buen estado de salud: consciente, caminando, platicando ya listo para la escuela. Creo que desde ese momento dejé de ser enfermera que brinda cuidados de urgencia y me convertí en madre, con un dolor angustiante, con un sufrimiento indescriptible. Pidiéndole a Dios, que todo lo puede, que mi hijo saliera de ese trance crítico; viendo como mis compañeros médicos y enfermeras hacían hasta lo imposible por tratar de ayudar a Luis Antonio. Y viendo la angustia reflejada en mi rostro, una de mis compañeras me dice: “Rosy, tú eres madre, como familiar no debes estar aquí, presenciando todos los procedimientos”. Porque es una regla que se sigue hasta el momento; a la cual yo respondí con dolor de madre: “¡no, no me vayas a quitar de aquí, es mi hijo y no lo voy a dejar solo; necesito que sienta que estoy a su lado. Por favor!”.