En mis 24 años como trabajador de este hospital, recuerdo los inicios de esta institución, así como del departamento de patología; adquisición e instalación de mobiliario, instrumental, equipo médico y todo lo concerniente para su funcionamiento. Ya equipado el departamento, se seleccionó al personal que formaría parte para la realización de este trabajo. En ese tiempo me tocó la suerte de inaugurar el turno nocturno terciado: de lunes, miércoles y viernes.
En las primeras autopsias estuvimos como observadores mientras captábamos la técnica de hacer la autopsia; nuestras primeras experiencias en las mismas, fueron de asombro e incertidumbre porque veíamos algo a lo que no estábamos acostumbrados. En mi persona, me sentía extraño de estar presenciando lo que se estaba haciendo, pero al mismo tiempo surgió el espíritu de conocer más y más. A medida que se desarrollaba, el médico encargado nos daba las explicaciones correspondientes, tanto en la enseñanza, como en seguridad y prevención que debíamos de tomar al efectuar un estudio. Al paso del tiempo nos tocó a nosotros experimentar lo que se sentía sostener un bisturí en nuestras manos. Las primeras veces batallábamos por la falta de habilidad para efectuar las incisiones y la evisceración. El tiempo que utilizábamos en esa época era de tres a cuatro horas, conforme obteníamos más práctica se redujo a una hora y media.
Poco a poco nos fuimos adaptando y aprendiendo más; pero surgieron entre otras cosas el poner sobrenombres o apodos a los que trabajamos en la sala de autopsias, tales como: “ave de mal agüero”, “el muertero”, “los zopilotes”, y muy despectivamente “el descuartizador” o “el destazador”, estos son algunos de los adjetivos más mencionados.
También fuera del centro de trabajo repercutió nuestra labor; como por ejemplo, cuando nos preguntaban qué es lo que hacíamos en el hospital, nosotros simplemente contestábamos “soy un empleado del hospital”, o “ayudante de un médico”. Ustedes se preguntarán ¿el por qué? Simplemente porque cuando la gente sabe lo que hacemos y en qué trabajamos nos discriminan, nos ponen apodos o sobrenombres.
En todos estos años hubo muchas anécdotas al respecto; me referiré a una ocasión cuando entregamos el cuerpo de una niña al familiar que vino a identificarla, se encontraba muy enojado por la atención que había recibido en su estancia en este hospital. Lleno de coraje amenazó, insultó y dijo palabras soeces hacia el personal del hospital que atendió a la niña; nosotros hablamos con él y logramos calmarlo un poco, pero al llegar la trabajadora social comenzó otra vez su enojo y logramos calmarlo nuevamente, no sin antes amenazarnos de que volvería con una pistola para matar al personal que atendió a su familiar. En esta ocasión a la niña no le hicimos la autopsia y únicamente estábamos cumpliendo nuestra labor de identificación y entrega del cadáver.
Por otro lado, hay personas que desean aprender lo que nosotros realizamos, pero por lo regular estas personas no aguantan la impresión al trabajar con cuerpos y se retiran. Hay otras que creen que esto es muy bien pagado; recuerdo el caso de un compañero de otra institución que asistió a este hospital para aprender, y se dirigió con nosotros y comenzamos a darle instrucciones y práctica. El segundo día nos pregunta que si cuánto ganábamos por nuestro trabajo, se le dijo la cantidad, se sorprendió diciendo: “no lo creo, pues eso yo lo gano moviendo gente” según sus propias palabras. Se refería a que en la institución de donde provenía es lo que ganaba como trabajador de limpieza, y todavía dijo: “con menos responsabilidad y riesgo de la que tienen ustedes”; le bastó saber eso para que ya no se presentara nunca.
Y hablando de limpieza, les contaré sobre una muchacha que pasó a la sala a barrer y trapear; estaba haciendo su trabajo con cierto nerviosismo, el cual era evidente desde antes de entrar a la sala. Y como en todo lugar, no es la excepción en los hospitales, siempre existen los llamados “maloras” que les gusta o tienen como pasatiempo el hacer daño. Dándose cuenta de esto, el muchacho comenzó a hacer ruidos y toquidos en la puerta. A lo que ella reaccionó asustándose, empezando por reírse y posteriormente se desmayó y después convulsionó. Lo que no sabía este “malora” era que ella sufría de “los nervios”, y fue necesario hospitalizarla en la sala de urgencias por crisis nerviosa.
Lo más triste que me ha ocurrido es el haber practicado el estudio a una persona de alguien conocido y cercano, me refiero a la hija del jefe del departamento, la cual falleció de complicaciones de leucemia. En ese tiempo, nos encontrábamos laborando otro patólogo y un servidor, y tanto uno como el otro no deseábamos hacer dicho estudio; ambos platicamos con el doctor y aunque se veía con los estragos de la aflicción que tenía, autorizó la autopsia y nos dijo que era su decisión inapelable.
Como la niña era ampliamente conocida en este servicio, por lo que al hacerla nos vimos en la necesidad de tomar las debidas precauciones para que ningún personal entrara a la sala y así efectuar el estudio. La autopsia se realizó en silencio con cierta solemnidad, ya que sabíamos de quien se trataba.
El desarrollo que uno ha tenido va cambiando con la experiencia, resultante de la práctica misma. El poder definirlas todas se necesitaría más espacio para plasmarlas.
Nada mas quiero agregar una cosa: que los trabajadores en esta área hemos tenido varias experiencias (buenas y malas). A nivel personal diríamos que estamos contentos con nuestro trabajo; valoramos y aquilatamos lo que hemos logrado en estos años, así como la enseñanza que nos ha dejado.