Le pregunté a la enfermera qué seguía; me dijeron que les iban a prestar un cuarto para que pasaran y estuvieran un poco más de tiempo con él, en tanto se presentaban los empleados de los servicios funerarios.
Fuimos a despedirnos de los padres, la abuelita paterna y otros familiares empezaban a llegar, y ella dijo: “es un angelito que tuvimos tres años, y nos decían que sólo por un día”. La mamá y el papá nos dieron las gracias, y el papá me dijo que siempre no lo iban a sepultar con un primito que murió al día de edad, que esa tarde lo iban a incinerar y guardar sus cenizas en la capilla.
Hubo muchos otros detalles de esta experiencia con Víctor, sus padres, familiares y otras personas; como un médico que es ministro y le ofreció los santos oleos y oración. Otro hecho fue, que después de tres intentos logré contactar a un sacerdote que brinda apoyo a las personas en crisis y que al parecer se presentó durante la tarde, un día antes del fallecimiento, y aseguró regresar a oficiar misa. Fueron dos sacerdotes más a visitarlo, uno de ellos con mucha resistencia porque le tiene fobia a los hospitales, y no le gusta andar en ellos, así me lo comentó el papá, y él mismo me dijo: “¿a quién le gusta esto?”.
En fin, nuestra experiencia deja como enseñanza: la importancia del trato personal, humano, abierto, y siempre con comunicación con los padres, familiares, y en este caso a Víctor; a quien conocí desde casi el mes de edad hasta ahora, a los tres años que desgraciadamente falleció. En mí queda su recuerdo, la entrega de los padres, el no pensar en ningún momento en desconectarlo; el hecho de que el niño estuvo 9 días más en su cama, aunque en muerte cerebral, pero estaba aquí. En este momento ya su cuerpo son cenizas y están guardadas en el templo.