La madre, a veces el papá, o la tía, entraban conmigo a ver a Víctor. Recuerdo que la mamá tocaba el colchón, lo presionaba y empezaba a hacer olas, y le decía: “¡aquí vengo a pasearte!”. Esto me recordó que así debía haber sentido cuando iba a sus terapias a la alberca; por eso la mamá le decía: “¡para que te acuerdes cuando nos bañábamos!”. El colchón cumplía una función más, llevarle movimientos agradables.
Insisto, su corazón no paraba, los últimos tres días la frecuencia cardiaca fue bajando de 10 en 10. Dos días antes del desenlace estaba entre 60-70, irregular, con pausas prolongadas. El día siguiente estuvo hasta en 20, y a veces a 0 por la madrugada, y por lo tanto irregular.
Al día siguiente llamé por teléfono a su pediatra, y me informó que su situación era más crítica, que pensó que la noche anterior moriría, que sólo quedaba esperar. Pasaron unos cuantos minutos de que había colgado el auricular cuando me llama la enfermera: “doctor le llamo para avisarle que Víctor acaba de fallecer”, le di las gracias por avisarme y le comuniqué que iba para allá; así que avisé en mi trabajo matutino y me fui directo a la cama de Víctor.
Cuando iba llegando al hospital, como a una cuadra de distancia, alcancé a ver a un señor que saltaba de la calle hacia adentro del hospital, una imagen como en cámara rápida, que se perdía por la pared, inmediatamente pensé que era el papá de Víctor, y así fue.
Al entrar lo primero que vi fue a su tía, la cual se dirigió hacia mi en un mar de llanto, me dijo: “nosotros que creíamos que ya estábamos resignados, y no es así, esto es diferente, ver como se nos fue; ¿qué vamos hacer ahora doctor?. Lo único que pude responderle fue: “vivir con sus recuerdos”, y ella dijo: “eso, eso, son muchos los recuerdos”. Entonces le indiqué que pasaría a verle.
Cuando entré a la sala de terapia, las cortinas que separaban cada camilla, formaban un cuarto de cuatro paredes, y al lado derecho de la cama estaban la mamá, y Víctor en sus brazos, con su papá a un lado. El niño estaba sobre el vientre de su madre, y no quería que se lo quitaran: lloraba, le daba besos en la frente, mejillas... le tocaba sus labios hinchados. Después ella le dijo al papá que si lo quería cargar, y él le respondió que no, pero le insistió y aceptó; con sólo tocarlo se le vinieron más lágrimas a ambos. Yo me sentía muy triste, impresionado, no lloré pero creo que lo hice por dentro; sólo me mantuve callado, y no tenía que decir, les daba apretones con mi mano.
Cuando el papá se pasó el niño a su pecho, le dijo la mamá que tuviera cuidado con la cabeza, y en eso la frente del niño golpeó con todo su peso, como una bola de hierro sobre la clavícula de él, fue un golpe sordo, duro, intenso que retumbó en las costillas y tórax del papá.
Para ese momento yo sólo llevaba una u otra mano sobre la cabeza de Víctor, también lo hacía en sus manos y en sus piernas, pero principalmente en la cabeza que era la parte más libre de su cuerpo.
Me impresionó bastante la coloración de la piel del niño; puesto que los casos que yo veo son generalmente de consulta externa, son pocos los hospitalizados y agraciadamente son escasos los niños que me ha tocado ver fallecer. No obstante, he presenciado autopsias, esto lo menciono porque me dejó una imagen muy especial la coloración de Víctor, él llevaba casi 30 minutos de haber fallecido y desconectado de su aparato, y se le veía mal coloración: entre amarillento y pergaminoso, tendiendo a ser opaca, generalizada. Incluso en sus orejitas era mínimo el color morado. Sus labios estaban muy edematizados y presentaban un color de rosa a rojo seco como obscuro, pero como si estuvieran cubiertos por un vidrio, es decir, morados-vidriosos; se me hace difícil describirlo. En este momento que observaba todo esto, la mamá dijo: “qué rápido va cambiando, mire doctor en que poco tiempo se está desfigurando”.
La tía no paraba de caminar de un lado a otro de la cama, llore y llore; se lamentaba de que solamente se había levantado de ahí a las 11:45, y cuando estaba en la puerta de la sala le vino el paro de su corazoncito, dijo: “nomás estaba esperando que me levantara para irse”. Y así seguía; después tomó un pañal del niño y dirigiéndose al bote de basura lo arrojó a éste y dijo: “esto ya no lo vas a llevar, ya no lo vas a necesitar a donde vas”.
Hubo algunas situaciones que me incomodaron; como la actitud y comentarios del pediatra, como fue el hecho de que al estar llenando el certificado de defunción, le llamó la atención un nombre raro, por lo tanto no común, y le dice a la mamá: “ ¿y ese nombre que tienes, quién te lo puso? La señora como pudo le contestó dentro de su llanto, que apenas le permitía respirar, que su mamá se lo había puesto. Otro comentario fue cuando dijo: “mira los labios que le quedaron, como de muy besucón, como cuando se da un beso muy prolongado. En fin, después le haré saber mis comentarios en este sentido.