Boletín Informativo, de expresión libre y creativa para padres, niños, familiares y amigos.
Hermosillo, Sonora, México.

        Después de verlos llorar, de estar tristes, molestos, impactados, llenos de desesperación y de dudas sobre todo; les mencionamos a los padres que el estado en el que se encontraba el niño era de muerte cerebral: El cerebro ya no responde a nada, no tiene ninguna función. Por su parte, el corazón no cesaba, sus latidos activaban los monitores, emitiendo sonidos rítmicos y trazos de ondas en la pantalla. Pero también le seguía llegando sangre a su cuerpo.

        Nuestra posición fue únicamente de espera del desenlace; como médicos ya no contábamos con nada más para ayudar al niño. De esa ocasión que platicamos en el cubículo con ellos, recuerdo que el papá nos dijo: “sí yo vi como cruzaron sus miradas cuando revisaron las pupilas, a mí no me gustó nada, yo deduje que estaba ocurriendo algo muy serio; me di cuenta de ese hecho en que ustedes como médicos se hablaron cuando vieron los ojos del niño”.

        Por la tarde al llegar al hospital, en el pasillo, fuera de la sala de terapia, encontré a los papas y a un señor joven, muy grueso, serio, sin hablar. La mamá y el papá me preguntaron frente a él que si qué estudios le podían hacer para comprobar muerte cerebral, yo les respondí que existen varios como: potenciales evocados auditivos, electroencefalograma, estudios de circulación cerebral, pero reforcé mi respuesta de que con qué fin se iban a solicitar estos estudios. En otros países se indican para desconectar al paciente del ventilador y dejarlo morir en paz. Ellos creo que comprendieron, entonces el señor que estaba con ellos se presentó y me dijo que era tío del niño y el ginecólogo que no aceptó la interrupción del embarazo, y a quien le tocó atender el parto. Me dijo que la pregunta venía con el fin de saber qué iban a hacer los padres: por lo económico y el desgaste para ellos; además por el hecho de que la mamá estaba cursando el quinto mes de un nuevo embarazo: “Que por fortuna al parecer viene bien”. Señaló.

        Así que con el plan de hablar como médicos le propuse al tío ir a cambiar impresiones con el pediatra, lo cual aceptó; pero al caminar media cuadra me dijo que no fuéramos, que no tenía caso. Entonces lo invité a tomar un café y platicamos por casi una hora. Al principio que lo vi, yo temía que hubiera una especie de reclamación o de reproche hacia nosotros. O que asumiera una actitud culpatoria; no fue así, por el contrario me hizo ver dos situaciones a mi juicio relevantes: primero, que él se sentía muy mal por haber ayudado a que no se interrumpiera el embarazo, y que él había sido quien se comprometió a que el niño naciera, dijo algo así: “yo soy parte de lo que está pasando ahora, como que soy responsable de esta agonía”. Yo le respondí al doctor que no, que su decisión a mi juicio, me parecía acertada porque actuó mucho más allá que como médico; es decir, como un ser humano. Y segundo, me preguntó que si qué actitud debía asumir él, siendo médico y además familiar; que si qué les iba a decir a sus parientes desde el punto de vista médico. Yo le sugerí que su actuación más adecuada sería la de desenvolverse con ellos como un familiar y apoyarlos. Esta conversación con él creo que fue útil para ambos; así, nos regresamos al cuarto del niño y ahí nos despedimos.

        Víctor siguió igual, cada día estaba complicándose, pero muy lentamente. Los primeros 4-5 días estuvo sin cambios; después empezó a reducir su producción de orina, y lógico inició a retener líquidos. Los dos últimos días sus mejillas parecían “de agua” como también lo parecían sus brazos y sus piernas. Ese mismo día al descubrir sus pabellones auriculares, cubiertos por un gorro tejido de algodón negro que los ocultaba, así como también de la válvula que tenía un poco atrás de la frente del lado derecho, observé que sus orejitas estaban amoratadas, primero de un lado y luego revisé la del lado contrario. Después vi su tórax en su parte posterior y tenía una zona como de 5 cm de ancho por 10 cm de largo, con coloración muy parecida a la de sus oídos. Pregunté a las enfermeras sobre la posibilidad de colocarlo en un colchón de aire o de agua, y me sorprendió que a la hora ya lo tenía. Consideré el colchón con el fin de cuidar que su cuerpo no se lastimara más. No sabíamos cuanto tiempo podía durar él en la cama, la idea fue darle un trato lo más humano posible. En ese momento la actuación de las enfermeras, los médicos y sus familiares fue únicamente de cuidados al niño.