Sobre el tema de la muerte y el morir, todos llevamos nuestras propias expectativas y experiencias, miedos y esperanzas, fantasías, y nuestro propio sentido de la realidad (R. Kastenbaum, 2000). Algunos podemos ser capaces de compartir esas ideas con fluidez, otros no; o podemos no estar bastante seguros de lo que pensamos hasta que llega el momento cuando sufrimos la pérdida de un ser querido.
Morir y llorar la pérdida están relacionados pero son procesos diferentes, con propósitos distintos. La persona que está muriendo tiene un solo enfoque: dejar ir los objetos apreciados y las relaciones amadas y estar listo para morir. Los amigos y la familia de la persona que está muriendo tienen una doble tarea: ayudar a alguien a quien aman a vivir tan completamente como sea posible hasta su muerte, mientras que lloran juntos sus pérdidas comunes. Cuando la muerte ocurre, aquellos quienes lloran la pérdida necesitan dejar ir lo que tienen perdido en orden a vivir de nuevo. (H. Anderson y E. Foley, 2001)
En este sentido, la teoría del sistema familiar, pone un marco natural para examinar el impacto de la muerte en la familia como una totalidad. Una cuestión planteada dentro de este marco tiene que ver con el desequilibrio familiar ocasionado por la muerte de un miembro de la familia.
Se ha concedido alguna atención teórica a las características del sistema familiar, que contribuye a mejorar o agravar los resultados familiares e individuales. Generalmente se concluye que las familias caracterizadas por una comunicación abierta, confianza, cohesión, responsabilidad emocional, flexibilidad y tolerancia para la expresión de un rango de emociones se enfrenta más eficazmente con la pérdida. Los factores que se han relacionado influyen en la capacidad de la familia en hacer frente con la pérdida incluye: la cantidad de apoyo externo disponible y utilizado por la familia; y las normas culturales y religiosas considerando la aflicción. (R. Hanson y cols., 1999).
Dos perspectivas sobre recuperación.
Existen en la literatura, dos diferentes tradiciones de investigación
con respecto a las cuestiones de reacciones “normales”
a la aflicción y recuperación. Una aproximación
considera normal las reacciones de aflicción en términos
de un proceso que cambia de una fase inicial de angustia, caracterizada
con frecuencia como pena o dolor, a un punto final de recuperación.
(D. Lehman y cols., 1999).
El punto final puede ser dispuesto conforme a criterios específicos que reflejan varias dimensiones de ajuste psicológico, tales como: la habilidad de hacer con energía las tareas de la vida diaria, libertad de dolor psicológico y angustia, habilidad para experimentar gratificación, optimismo acerca del futuro, y la habilidad para funcionar en los roles sociales. Esta perspectiva de punto final, enfatiza la elasticidad psicológica de las personas y es partidaria de la visión de que la aflicción no tiene efectos duraderos en el funcionamiento psicológico. Por ejemplo, algunos autores concluyen que después de doce o dieciocho meses, la mayoría de los afligidos inician a recuperarse y al final muestran pocos signos de daño psicológico o físico.
Defensores de este punto de vista no ignoran la creciente evidencia, sugiriendo que la angustia prolongada puede ser reacción a la pérdida. Sin embargo, individuos que no logran el prescrito punto final, con frecuencia se asume estar experimentando reacciones de aflicción desviadas o patológicas. Típicamente, se ofrecen explicaciones teleológicas que se enfocan sobre factores situacionales o de riesgo, tales como la edad del afligido y las relaciones entre el afligido y el difunto.
Un problema con la suposición predominante del punto final, es que no explica por qué algunas personas fracasan en recuperarse sobre el tiempo, o por qué otros responden con menos angustia de lo que es esperado. A pesar de sus limitaciones, la visión del punto final de la aflicción y recuperación se traslapa extensivamente con las normas acerca del dolor y luto en nuestra cultura occidental y continua influyendo en las actitudes sociales vía su extendida diseminación en la prensa popular.
Una segunda aproximación a la cuestión del curso de la aflicción ha sido desarrollada por C.B. Wortman y R.C. Silver (1989). Esta aproximación, llamada inductiva, argumenta sobre la importancia de reunir información tipo base, sobre reacciones a diferentes tipos de pérdida, sin prejuzgar sí, o nó algún tipo de experiencia es “normal”. Este intento dirigido sobre los datos ha llevado a una reconsideración de algunas presuposiciones de mucho tiempo sobre la aflicción, incluyendo la suposición de que la mayoría de la gente alcanza un estado de recuperación dentro de unos pocos años después de la pérdida.