Boletín Informativo, de expresión libre y creativa para padres, niños, familiares y amigos.
Hermosillo, Sonora, México.

        Consecuente con la perspectiva inductiva, se ha vuelto cada vez más claro que los efectos de la aflicción son más variados, ambos con respecto a duración y tiempo de reacción, de lo que fue asumido en tempranas investigaciones. La extensión de esta variación en respuesta a la pérdida, ha conducido a cuestiones acerca de la utilidad de las creencias de una sola “normal” reacción a la aflicción, creencias que han impregnado visiones profesionales y no profesionales en este campo de estudio.

Barreras en la recuperación.

        En estudios realizados por D. Lehman y colaboradores (1999), sobre las barreras de recuperación en padres y cónyuges; dichos autores analizaron las consecuencias particulares de la pérdida, ocasionada por un accidente, que les provocaron mayor dificultad. Encontraron que la pérdida puede ser asociada con reducidos contactos sociales debido a que los amigos pueden sentirse inseguros de cómo ayudar al afligido, y adicionalmente experimentar angustia alrededor de ellos. Además los afligidos pueden no sentir deseo de socializar con otros porque están experimentando ellos mismos angustia, y no quieran discutir su situación porque les evoca sentimientos dolorosos. A causa de lo anterior, el aislamiento puede ser un asunto crítico para los afligidos. Por ejemplo, en el caso del cónyuge, tiene que enfrentarse no sólo con la pérdida de su ser querido, sino además con la pérdida del apoyo moral; aparte el enfrentarse a las tareas diarias sin la ayuda del compañero-a.

        En contraste, la muerte de un niño ha sido descrito como una violación de presuposiciones fundamentales sobre justicia, y orden natural del universo: Los viejos se supone mueren antes que los jóvenes. La muerte de un niño, destruye las presuposiciones del mundo, culminando en la pérdida de significado de la vida. Además los padres lamentan la pérdida de futuras expresiones de sueños y valores.

        En general, las barreras parentales a la recuperación, se centran en un potencial insatisfecho y en una incapacidad para encontrar significado y sentido de la muerte. Por otro lado, lo que frecuentemente reportan los cónyuges son los estresores concomitantes (cuidado del hogar, crianza de los hijos, manejo financiero) que causan la mayoría de los problemas en su respuesta a la muerte. La soledad, también es a menudo mencionada como fuente sobresaliente de dificultad para los cónyuges afligidos.

        De aquellos que señalan sentirse “no recuperados”, sus dificultades se enfocan en la persistencia de pensamientos y sentimientos del difunto de naturaleza “rumiativa”, e incontrolable. Algunos investigadores han observado que aquellas personas afligidas quienes “rumian” son más probables a experimentar depresión y otras señales de pobre recuperación. Respondientes quienes reportan sentirse al menos algo recuperados explican esto en términos de una capacidad para eliminar pensamientos y sentimientos perturbadores acerca del difunto.

        Cónyuges y niños cumplen diferentes roles dentro de la familia, y consecuentemente tiene sentido suponer que el significado de la aflicción será diferente a través de los tipos de pérdida. La pérdida de un cónyuge con frecuencia significa la pérdida de una fuente de apoyo emocional y financiero. Hacer decisiones, ajustes financieros, la crianza de los hijos de repente se vuelve la sola responsabilidad del cónyuge sobreviviente, generalmente con un ingreso reducido. La responsabilidad de cuidar solo a los niños y el hogar puede poner retos extremos para los cónyuges y la posibilidad de llevar al agotamiento emocional.

        Ambos cónyuges y padres pueden experimentar esperanzas, sueños, y metas para el futuro perdidas, cuando sus seres queridos mueren. Los datos sugieren que los cónyuges están más preocupados acerca de la pérdida de actividades juntos. En contraste, las esperanzas y sueños que los padres tienen perdidos, se relacionan con mirar a su hijo crecer y madurar, o alcanzar metas que ellos esperaban que su hijo realizaría.

        Para los cónyuges la pérdida de su compañero-a comprende el rompimiento de fuertes vínculos, pérdida de compañía y el estatus como persona casada, y pérdida de su principal sistema de apoyo. La experiencia de aflicción se agrava cuando existe privación económica y social; y en el curso del matrimonio cuando no se tuvo la calidad de la relación que se esperaba.

        En el caso de la mujer, el grado de desorganización en su vida posterior a la muerte del esposo, depende de muchos factores, de los cuales su dependencia es la principal. Algunas son devastadas por la muerte del esposo, primordialmente aquéllas quienes fueron profundamente dependientes emocional, social y en términos de su autoconcepto. (E. Znaniecka, 1999).