Rocho hacía un mes había cumplido los cinco años. Lo inquieto y la travesura de esa edad eran sus acompañantes naturales. Pero su comportamiento cambió; se mostraba renuente al abrazo o al mimo, y en ocasiones indiferencia, con mayor predominio de lo primero: “ven mijito”, le decíamos mi esposa y yo. Él daba media vuelta y se retiraba; se encerraba en su cuarto y no se mantenía jugando con sus juguetes, parecía que le molestaban, porque los aventaba o los hacía a un lado. Su conducta no siempre fue así; esta manifestación de actitud, tenía dos meses y coincidía con el fallecimiento de su hermana. Se llamaba Mariana y murió cuando le faltaban escasos días para cumplir ocho años de edad. La relación afectiva de Rocho y Mariana eran muy fuertes. Ella, la niña lo utilizaba en sus juegos como su hijo, como su marido o compañero, era su maniquí multiusos; el niño obedecía ciegamente sus mandatos en la mayoría de las veces. En ocasiones había de invitada otra amiguita de la misma edad de Mariana, y ambas coordinaban en sus propios juegos de niñas, pero el celoso del Rocho rompía esa armonía, al molestar a la invitada. Mariana sabía como controlar esa conducta; por lo regular lo hacía participe del juego, pero cuando a él no le gustaba, entonces le daba la orden de jugar con sus propios juguetes y él obedecía. ¿Qué me trajiste de la escuela?, era siempre la pregunta que hacía Rocho a su hermana cuando llegaba de la primaria. Y ella le daba un dulce, un color, una estampita, una calcomanía o cualquier objeto que solamente para ellos resultaba importante.
Mi esposa y yo, no sabíamos que tan profunda era esa relación. Recuerdo que en una ocasión que había muchos juguetes del niño dispersos por toda la sala, más de lo usual; le di la orden al niño que recogiera todo su tiradero, pero no hubo respuesta alguna, utilicé todas las formas de mando que conocía: desde el tono meloso, hasta subirlo al de la voz amenazante de castigo. Por supuesto que no me obedeció, y estaba por aplicar el último procedimiento cuando apareció en ese instante Mariana y le dice al niño con su voz suave y tranquila: “mijito guarda tus cosas”. El niño inmediatamente recogió hasta el último de sus juguetes. Este ejemplo ilustra la falta de comunicación directa que había entre el niño y nosotros sus padres. Nos dimos cuenta que, la leucemia que portaba mi hija nos colocó en estrechez de dependencia con la niña, que no nos permitía distinguir adecuadamente nuestro entorno fuera de la fusión de nosotros para con ella. Éramos una sola masa humana tratando de abatir ese gran mal. En cada tratamiento de quimioterapia o cuando había alguna señal de desmejoría concentrábamos nuestras fuerzas y nuestros sentidos para que no hubiera complicación alguna.