Durante los tres primeros años de su padecimiento, pocas fueron las evidencias de mala evolución, y cada minuto, cada hora, cada día, cada semana, cada mes, o cada año eran vividos intensamente. La esperanza la vimos en muchas ocasiones. La fe de mi esposa era ciega, quizá la mía era más escéptica, pero al ver a la niña que día a día luchaba y verla salir airosa de sus malos momentos, me colocaba en el padre orgulloso de tener una gran niña valiente que no defraudaría ni a la misma vida. Y así fue durante sus últimos cuatro años; durante el tiempo que estuvo entre nosotros nos otorgó muchos momentos de felicidad frenética. Pero el destino nos presentó la mala jugada; falleció en el hospital y al sepelio no llevamos a nuestro Rocho. Craso error del cual estamos arrepentidos mi esposa y yo. El reclamo del niño fue su explicable conducta de casi dos meses, desde la muerte de su hermanita. Como no podía expresarse lo hizo a través de su conducta. Sentíamos que era un reclamo del niño del porque no le traíamos a su Mariana. Le dijimos el mismo día de la muerte de su hermana y creímos que eso era suficiente. Varias ocasiones se salió de casa sin decir el rumbo, lo dejábamos que caminara varias cuadras y cuando lo cargábamos para traerlo nos lo reprochaba con llanto y rebeldía. Mi esposa angustiada por las expresiones del niño, y yo sin saber que hacer. Un día y precisamente a los dos meses de la muerte de nuestra niña, mi esposa y yo, discutimos la situación y concluimos en hacer lo siguiente; aunque significaba abrir heridas, pero lo hicimos: llevamos al niño al hospital y le enseñamos la cama en donde murió su hermana. También le explicamos que recordara todas las veces que se ausentaba su hermana, era para recibir tratamiento en este sitio, tal como lo hacían los niños que aún estaban internados; pero que en ocasiones la gravedad de la enfermedad en algunos de ellos les producía la muerte, tal como sucedió con Marianita.
Lo llevamos a la iglesia donde le hicieron un homenaje póstumo. Después lo pusimos a un lado de la tumba de su hermanita, aún con flores pero ya marchitas, y le dijimos que ahí la enterramos. Al terminarle de dar esta explicación, abruptamente el niño volteó para encarar a su mamá y le reclamó diciéndole: ¿por qué me mentiste, tú me dijiste que se fue al cielo! Mi esposa no contestó e hizo una mueca de dolor con llanto y se retiró a llorar unos cuantos pasos de nosotros. Yo tragué la saliva más amarga que he tenido y se me presentó resequedad de garganta, carraspeando me puse del tamaño del niño al doblar mis rodillas y le explique lo siguiente: “hijo mírame a los ojos y responde la siguiente pregunta: ¿ves mis pensamientos?, después de un instante me responde: “no”; ahora, ¿tú crees que tu mamá o yo podemos ver tus pensamientos? Al mismo tiempo que le refería esa pregunta le señalaba con el dedo índice en la frente. Pasó un momento y me contestó un fuerte ¡no!. Tomé mucho aire para continuar hablándole; le dije: “mira Rocho, lo que te dijo tu mami es cierto, nuestros pensamientos y las acciones que elaboramos durante toda la vida están en nuestra memoria, esas nadie la ve, sólo Dios, es el que las ve. Por eso cuando nos morimos nuestros pensamientos y todo lo que hacemos se desaparece para nosotros, pero el cuerpo, esto que tocamos: tus manos tu cabeza, tus pies, todo eso muere y eso no puede desaparecer. Luego entonces, todas las acciones bonitas que hizo tu hermana están allá en el cielo; y voltea hacia arriba, no las vemos, pero su cuerpecito se quedó aquí en esta tumba. Hubo un gran silencio, mi esposa dejó de llorar, el niño mostró un gran descanso y yo por dentro retorciéndome de amargo dolor, pero con una posibilidad de percibir un mejor futuro en la relación con nuestra familia. (Enero de 2003) .