En marzo de 2001 yo descubrí que estaba embarazada de mi segundo bebé Alexander, aun no me lo esperaba pero me dio mucho gusto de que así fuese.
Al transcurrir el sexto mes aumenté exageradamente de peso debido a que todas mis proteínas las había absorbido mi bebé, y fue ahí donde comenzaron todas las complicaciones, empecé a retener mucho líquido y a tomar medicamento para contrarrestarlo.
El sábado 9 de noviembre comencé a sentir contracciones y llamé al ginecólogo por la tarde, en ese mismo rato me internó porque tenía preclampsia y no podían bajarme la presión. En la madrugada del domingo 10 de noviembre me practicaron una cesárea. Alexander nació 10 minutos para las cuatro de la madrugada, a sus 7 meses y una semana de gestación, y pesó 3 kilos y 100 gramos y midió 51 cm.
Al nacer estuvo cuatro días internado; los primeros dos estuvo entubado, lleno de aparatos. Su pediatra me decía que era un niño grande pero prematuro, pero al fin logre llevarlo a casa, donde sólo estuvo seis días, sólo seis días lo tuve conmigo.
El noveno día de nacido, por la noche, Alexander se me estaba ahogando de la nada y se puso un poco amnéico, yo lo sabía porque mi hijo más grande, Germán es asmático y ya había pasado por eso con él. Esa noche no pude dormir cuidando al bebé y pidiéndole a Dios que por farvor no permitiera que Alexander sufriera al igual que su hermano, cuando lo internaban por sus crisis asmáticas tan severas.
El décimo día yo veía mal a Alexander, y lo llevé al pediatra; con sólo verle el rostro supe que algo pasaba, no sabía como decírmelo, me había visto ya tantas veces llorar desesperada por la enfermedad de Germán, que no sabía como decirme que el bebé necesitaba que lo internara porque se le estaba olvidando respirar.
Ese día mi hijo entró al hospital, y fue el último día que mi madre y toda mi familia lo tocaron y lo vieron por última vez vivo.
Mi hijo entró con un diagnóstico poco alentador, tenía bronconeumonía y deficiencias inatas en su ciclo respitatorio, aunado a una sepsis severa. Transcurrió casi una semana y mi niño comenzó a mostrar mejoría, ya lloraba de hambre porque desde que ingresó había estado en ayuno. Comenzó a alimentarse poco a poco aumentando las dosis de 5 ml. por toma, pero después de que casi alcanzaba las dos onzas en el segundo día, comenzaron las complicaciones y su lenta agonía.
Ya había salido de su problema respiratorio, pero no sabían porque convulsionaba, así que se le practicaron toda clase de examenes, hasta le sacaron una muestra de líquido de la espina dorsal para descartar una posible meningitis. Entre todo eso pasaron tres días más y comenzó con leche de soya, pero en la segunda toma empezó a convulsionar. Entró nuevamente en períodos de amnea a tal grado que hubo la necesidad de intubarlo de nuevo ligado a todos esos aparatos que le medían el nivel de saturación de oxígeno del cuerpo.
Alexander se aferraba a la vida. Salió del segundo paro respiratorio, pero con el caso se le hizo la prueba del tamíz que tardaba diez días en llegar; y mientras, era incierto su diagnostico, lo único que sabíamos era que padecía amoniasis a causa de un error en el ciclo de la urea, lo que nosotros necesitamos para poder vivir son las proteínas, pero a él lo intoxicaban, le causaban un daño enorme, su enfermedad era como la de los sirrosos cuando les deja de funcionar el hígado, se sube el amonio y poco a poco dejan de funcionar los órganos.