Boletín Informativo, de expresión libre y creativa para padres, niños, familiares y amigos.
Hermosillo, Sonora, México.

“Al preguntar una vez a un maestro de escuela cómo había conseguido que los niños lo obedecieran sin necesidad de golpes, me respondió: Trato de convencer a mis alumnos, a través de todo mi comportamiento, de que estoy actuando por su propio bien y les demuestro, mediante ejemplos y comparaciones, que ellos serán los primeros perjudicados si no me obedecen. Además, ofrezco como recompensa el que el más complaciente, obediente y aplicado en las horas de clase pueda ser preferido a los demás. Le hago muchas más preguntas, le permito leer su composición en público y le hago escribir en la pizarra lo que sea preciso copiar. Así despierto el interés de los niños, de suerte que cada cual querrá destacar y ser el preferido. Si a veces alguno se hace merecedor de un castigo, lo hago sentarse atrás en la hora de clase, no le pregunto nada, no le permito leer en voz alta y actúo como si él no estuviera allí. Esto, por lo general, les causa tanto pesar que los castigados vierten amargas lágrimas. Y si por ahí aparece alguno reacio a dejarse educar por estos medios indulgentes, no tendré más remedio que pegarle. Sin embargo, mis preparativos para esta ejecución serán tan largos que lo afectarán incluso más que los mismos golpes. No le pegaré en el instante en que se haya hecho acreedor al castigo, sino que lo aplazaré hasta el segundo o tercer día. Este proceder me ofrece una doble ventaja: en primer lugar, mi ardor se enfría durante la espera y adquiero la serenidad necesaria para reflexionar sobre el modo más inteligente de iniciar el asunto y, luego, el pequeño delincuente sentirá el castigo con una intensidad diez veces mayor y no sólo en la espalda debido a que pensará en el constantemente.
Cuando llegue el día del castigo, inmediatamente después de la plegaria matinal haré un melancólico llamado a todos los niños diciéndoles que aquel día es para mí muy triste, ya que la desobediencia de uno de mis queridos discípulos me obliga a pegarle. Y entonces empezará el abundante fluir de lágrimas no sólo por parte del que ha de ser castigado, sino también por la de sus compañeros. Terminado este discurso, haré que los niños se sienten y comenzaré mi lección. Sólo cuando la clase haya concluido, haré avanzar al joven pecador, le leeré la sentencia y le preguntaré si sabe por qué se ha hecho acreedor a ella. En cuanto me dé una respuesta adecuada, le asestaré los golpes en presencia de todos los demás niños, me volveré luego hacia los espectadores y les expresaré mi ferviente deseo de que sea aquélla la última vez que me vea obligado a pegarle a un niño”.
 

Coincidimos con la autora en que, sólo una sensibilización a las formas refinadas y sutiles de humillar a un niño, podrá ayudarnos a desarrollar el respeto que éste necesita desde su primer día de vida para poder crecer psíquicamente. Hay distintas vías para alcanzar esta sensibilización, por ejemplo la observación de situaciones con niños ajenos en las que se intente una compenetración con el niño y, sobre todo, el desarrollo de una empatía para con nuestra propia historia.



Ilustración tomada de: Morrison, Toni. The big box.

Las ilusiones como defensa

Por otro lado, Miller señala, que encontró cuán falsa era la suposición de que en su país, Alemania, se maltrata a los niños más que en otros países. Y que a veces nos resulta muy difícil soportar una verdad demasiado opresiva y tenemos que defendernos de ella con ayuda de ilusiones. Una forma frecuente de defensa es el desplazamiento espacial y temporal. Así, por ejemplo, podemos imaginar más fácilmente que los niños son o fueron maltratados en siglos anteriores y en países remotos, mas no en nuestro país, aquí y ahora. Apenas podríamos vivir sin esperanza, y es posible que la esperanza presuponga una determinada cantidad de ilusiones.

Describe una serie de datos sobre la ideología pedagógica tolerada aún hoy en día en Suiza y no sólo en Alemania, y protegida por el silencio; aduce que estos datos recopilados por un teléfono de emergencia, escasas revistas destinadas a padres decidieron publicar dichos documentos.