Preinscribimos al niño “demasiado tarde” (al año de edad, hoy tiene cuatro) por lo que hoy que está en lista de espera porque se agotaron los lugares; sólo si alguno de los niños no se inscribe, se le dará la oportunidad de presentar un examen para evaluar si es admitido o no.
Se le comunica al niño, y cuestiona: “¿qué pasa si no sé las respuestas?”. Los padres le dicen: “no hay ningún problema, contesta lo que sabes, la maestra quiere ser tu amiga”. La madre lleva al niño al examen, y éste no quiso contestar. Dice la maestra que el niño es inseguro, que así no le podía aplicar el examen; y que lo llevara al día siguiente a ver si tomaba confianza (lo que implica que el horario familiar se habrá de adelantar por lo menos media hora, bajo riesgo de llegar tarde o que alguien se quede sin desayunar por no hablar del mal humor por la “desmañaneada”.
El padre le pregunta al niño por qué su negativa a contestar, y el infante responde que porque no conocía a la maestra, y nadie se la presentó. Segunda visita: el niño contesta lo estrictamente necesario, pero no se le aplica el examen (visita de dos minutos).
La situación sigue igual, ahora que lo acompañé (su papá), porque el niño está muy apegado a mí; visita de no más de 4 minutos. La maestra por congraciarse obsequia al niño un libro de cuentos; el niño contesta lo elemental y de nueva cuenta no hay examen.
Esto se ha venido repitiendo, y considero que el niño ante el manejo que se le está dando a la situación, se ha vuelto experto en el juego de poder y por ello no colabora. Lo cual plantea dos posibles escenarios: 1) La maestra cambia de táctica, empezando por dedicarle tiempo al niño y ganarse su confianza; o, 2) rechaza al niño porque no lo pudo evaluar, y llama a otro de la larga lista de espera.
La reflexión es: ¿Dónde está el manejo adecuado del menor?; ¿Cuál es el profesionalismo de los integrantes de las instituciones educativas; ¿Y la responsabilidad de los padres al elegir y no caer en modelos o modas de mucho marketing y que no pueden “lidiar” con un niño de 4 años?.
Una cosa muy molesta para los padres es ver el dolor o malestar que le puede causar a su hija las comparaciones o burlas que se le hacen por broma quizá, o bien por no ser tan simpáticos o carismáticos, como una prima o hermano. A mi pequeña hija, su propia tía, mi hermana, le decía que se parecía a una niña (la güereja, el personaje de Tv.) que a ella no le gustaba, y creo que a ninguna niña le gustaría, pues por lo regular las niñas se quieren parecer a personajes bonitos o superhéroes y no a personajes burlescos, etc.
Mi esposo me comentó y me pidió que yo hablara con mi hermana; que no le dijera más a nuestra niña que se parecía a ese personaje, pues veíamos que a ella le causaba tristeza; y si yo hablé con mi hermana como adulta que era y le pedí que evitara hacerlo pues si continuaba haciéndolo yo también le podía decir qué cosa o que personaje gracioso se parecían sus hijos, pero que yo no lo hacía por no lastimar a los niños.
Desde que hablé con ella ha mejorado mucho la situación, pues si bien es cierto que no le dice que se ve bonita o que se parece a algún personaje bonito o que hace muy bien algo, pero la ganancia fue que tampoco le decía cosas de burla o que a mi hija le hicieran sentir mal.