Mi hija está en 1er año de secundaria, entró a una escuela donde ella no conocía ni a los maestros, tampoco a los alumnos. Ella se quejaba de ciertos alumnos los primeros días de clases, pero yo pensaba que tal vez era su carácter. A los dos meses de haber iniciado el curso escolar, una noche llorando me dijo: “mamá ya no quiero estar en esa escuela”, le pregunté si era porque tenía algún problema con algún maestro, ella me contestó que no; que el problema era con los compañeros de clases que la insultaban, diciéndole que estaba muy gorda, que no se sentara en la banca porque la iba quebrar, que no se metiera por la ventana porque no cabía. Opté por ir hablar con la directora de la escuela y exponerle el problema, de inmediato la directora tomó cartas en el asunto: habló con todos los alumnos de la clase sin decirles nombres, les expuso el problema, hubo junta de padres de familia de toda la escuela, también les dijo que en la calificación de conducta iba incluido el comportamiento con los compañeros, las agresiones, los insultos; después la directora me dijo que si eso no era suficiente les iba hablar a los papás de los alumnos agresores para que también estuvieran presentes. Ha pasado una semana y a diario le pregunto como le fue, y me contesta que bien, que no la han vuelto a agredir. Que uno de ellos hasta le pidió una pluma prestada y anteriormente ese mismo compañero necesitaba un lápiz y ella se lo quiso prestar y el no lo aceptó diciéndole: “guácala, siendo tuyo no”.
En el momento que mi hija me dijo de las burlas de sus compañeros, me dio mucho coraje, sentí que la estaban humillando, que la menospreciaban; mi reacción fue: “¿cómo son tus compañeros?” ella me contestó: “el pepe es muy moreno”, entonces yo con mucho coraje le dije: “lo gordo se quita, pero lo negro no”.
Por otra parte, lo que sentí cuando llevó las calificaciones de los exámenes reprobados, fue que todo lo que yo le había ayudado no había servido de nada. Tal vez lo malo fue que se lo reproché diciéndole que ella no apreciaba lo que hacía por ella, el tiempo que le dedicaba; la verdad lloré, me sentí muy impotente de no poder hacer ya nada.
Y luego, los hijos de mi esposo (el está separado) ya no me agreden verbalmente como antes lo hacían, pero yo siento temor por el resentimiento que tienen hacia nosotros (mi hija y yo), que quieran hacerle daño a ella para vengarse de mí. No tengo comunicación con ellos ni para bien ni para mal, nada más con la esposa de uno de ellos y muy poca, con un nieto nada más. (Enero de 2003) .