Introducción
La epilepsia ha sido uno de los grandes problemas que ha enfrentado la humanidad a través de los tiempos. Constituye un trastorno que afecta de un 2 a 4% de la población; y de esta proporción, tres cuartas partes son niños y adolescentes. Tanto su vida como la de sus familias se ve afectada, no sólo por lo dramático (en algunos casos) o grave de las crisis, sino además, por el manejo inadecuado por parte del personal médico clínico, que no está lo suficientemente capacitado para tratar al paciente de una manera integral; y da paso al proceso de medicalización-estigmatización-rechazo del paciente por parte de quienes le rodean.
Por medicalización nos referimos, a la prescripción de tratamientos injustificados, por períodos prolongados o por tiempo indefinido; así como ordenar exámenes de laboratorio y gabinete no indicados, o que sean mal interpretados; o bien, el no realizar el diagnóstico de epilepsia.
La sociedad, llámese vecinos, amigos familiares, maestros, incluso personal médico; rechaza y margina al niño desde el momento en que se entera de su padecimiento; le impone obstáculos en el transcurso de las diferentes etapas de su vida. En nuestro país, en el ámbito escolar, desde su primer ingreso a los centros de desarrollo infantil, se le niega la inscripción o su permanencia en las estancias (tenemos como ejemplo, Los Centros de Desarrollo Infantil de algunas instituciones de trabajadores al servicio del estado, y de la secretaría de educación). Las restricciones, limitaciones y rechazo son excesivas, y continúan en las etapas posteriores de su desarrollo. Así, cuando llega a la adolescencia, se le
prohíben otro tipo de actividades propias de su edad; tales como: desvelarse, hacer deporte, manejar, etc. Así también, las de índole laboral, lo cual perjudica no sólo su vida emocional sino también económica.
En el aspecto emocional, también se ve afectado en varias esferas: como la autoestima, sentimientos de culpa, temores, incluso la asociación con depresión. Además, tiene mayor dificultad para conseguir pareja (por la misma estigmatización y rechazo social a la que son expuestos desde pequeños), incluso cuando lo logra, presenta temores de concebir hijos (1). Cuando todo lo anterior pudiera ser evitado, si todos aquellos que rodean al paciente tuvieran la información adecuada, incluyendo profesionales, que son los primeros que refuerzan, en muchos casos, este tipo de problemas. Así, la cronicidad y el estigma social de estas personas, agrega mucho a su sufrimiento (2, 3,4).
Con mayor razón, si partimos del hecho de que la epilepsia (las crisis convulsivas), aproximadamente de un 70 a 80%, son controlables, y que en muchos de los casos desaparecen por completo en el transcurso de los años; entonces consideramos que el mayor problema se encuentra en el ámbito social.