Los médicos vemos la epilepsia como una enfermedad, de la cual sabemos el origen, manifestaciones, tratamiento y evolución; pero yo en especial se algo más: los sentimientos de miedo, angustia, temor y también desesperación; porque yo tengo epilepsia.
He pasado por muchos momentos especiales; me ha costado trabajo estar donde estoy porque tengo muchos años con este padecimiento y he aprendido a vivir con éste. En el largo camino de la medicina me he encontrado mucha gente con diferentes criterios: desde aquellos que tratan de convencerme para que deje todo, hasta aquellos que me ayudan a sobrellevar los momentos de recaídas; y gracias a esto, me he dado cuenta que existen verdaderos amigos.
También me han tratado varios médicos y me doy cuenta que el trato es más importante para mí como paciente que toda la ciencia; porque ésta a veces cansa, ya que me he sometido a diversos estudios, muchos, por no decir todos, y se lo aburrido que es. Entiendo a los médicos (porque soy una de ellos) que quieren saber el origen específico de las crisis convulsivas; pero también entiendo a los pacientes, que no es agradable ir a los hospitales con una serie de indicaciones que se siguen antes de realizar los estudios: que tomen muestras de sangre, acudir toda la mañana a los gabinetes para que tomen radiografías, te pongan cables en la cabeza; en fin, todos los protocolos para diagnóstico.
Como médico sé todos los cuidados que debo tener, la importancia de los medicamentos para mejorar el pronóstico; pero como paciente sé lo difícil que es seguir las indicaciones. Se dice que los médicos somos los pacientes más tercos, y es verdad, nos cuesta más trabajo llevar el tratamiento al pie de la letra; pero yo lo he logrado y me siento afortunada porque he llegado muy lejos. Más de lo que esperaba; estoy a punto de terminar mi especialidad de pediatría y eso es algo que voy a valorar toda mi vida.
La carrera de medicina y la especialidad es difícil, requiere dedicación, esfuerzo, desvelos, sacrificar momentos familiares; y porque no decirlo, también cuestan lágrimas. El camino es largo y con obstáculos, y para mí todavía más difícil, pero eso lo he superado y ahora miro hacia atrás y sé que la epilepsia no fue ni es un impedimento para llegar lejos. Ha habido momentos en los que quiero dejar todo y salirme, he estado convencida y a punto de dejar la residencia, pero siempre hay alguien que me ayuda y me da la mano para continuar y ese alguien es mi FAMILIA: a mis padres y a mi hermano les debo lo que soy.
Las personas fuera del ambiente de la medicina, incluso dentro de ésta, piensan que la epilepsia es una discapacidad, pero yo he demostrado que no es verdad, una persona epiléptica es tan capaz como cualquier otra persona, incluso puede lograr todavía más, yo le he demostrado. A veces la gente no me cree que tengo crisis convulsivas, piensan que es un juego, pero no, no es así; sin embargo para mí no es un obstáculo para continuar, pero sí estoy consciente de los cuidados, aunque a veces me aburro de éstos.
He visto y tratado a pacientes epilépticos de todas las edades, y me he dado cuenta que de todos los males, yo tengo el mejor, porque es un padecimiento que hasta ahora es controlable: son crisis convulsivas que son de fácil manejo, no requiero muchos medicamentos para evitarlas, y si las presento no es difícil limitarlas. Pero también me