Entró a clase con un aire diferente
aquel día.
Más serio, casi reconcentrado. No se sentó frente
a su escritorio, sino que se acercó a los alumnos.
"Quiero decirles algo respecto de las tareas de
ayer".
Todos sabíamos de qué hablaba: el día
anterior
habíamos finalizado la clase en medio de arduas
controversias. "Investigué y me di cuenta
de que
estaba equivocado. Les pido perdón; revisaremos
las calificaciones que les di".
Jamás olvidamos la lección
de humildad y
grandeza que nos dio aquel maestro.