Boletín Informativo, de expresión libre y creativa para padres, niños, familiares y amigos.
Hermosillo, Sonora, México.

CREANDO ESPACIOS
¿Por qué es determinante para nuestra salud, la forma en que se cultivan y procesan los alimentos que comemos; y qué nos depara el futuro en términos de alimentación?
Por: Ana Silvia Figueroa-Duarte

Imagen: Libros en torno al tema de los efectos de la agricultura industrial en nuestra salud.

Foto de Archivo: Boletín Contactando.

 

Primeramente, necesitamos saber que existen diferentes formas de ver el mundo. Es a lo que se ha llamado paradigma. Un paradigma es una cosmovisión, una forma de entender el mundo que influye en la manera en que se percibe la naturaleza, la sociedad, la cultura y el ser humano. Un paradigma actúa como un filtro a través del cual se observa y analiza la realidad, estableciendo qué preguntas son relevantes, qué tipo de respuestas se buscan y cómo se interpretan los resultados.

Los paradigmas no son estáticos, pueden cambiar con el tiempo a través de revoluciones científicas o transformaciones sociales, lo que implica una reevaluación de la visión del mundo y de las prácticas asociadas.

Así, existen dos paradigmas para concebir nuestra relación con el mundo y la tierra. Podemos concebirnos como seres separados de la naturaleza o como parte de ella; y podemos concebir la naturaleza como algo vivo, auto-organizado y auto-regulado; o como materia muerta, materia prima para la producción industrial. Estos dos paradigmas configuran los dos sistemas de agricultura —el ecológico y el industrial— y también el discurso sobre el clima, la alimentación y la salud.

Por un lado, el paradigma ecológico reconoce la inteligencia en toda la vida, en todos sus niveles, desde los microbios y las células hasta nuestros cuerpos y el planeta Tierra. Considera la degradación ecológica y la enfermedad como un deterioro de la capacidad de auto-organización y auto-regulación, de sanación y renovación. En este paradigma, la agricultura, la producción de alimentos y la salud son sistemas internos de insumos con la capacidad y el potencial de producir lo que necesitan para sanar y reparar. La Tierra es un sistema vivo. Los alimentos son un sistema vivo. Nuestros cuerpos son sistemas vivos.

Cuando cultivamos alimentos de acuerdo con las leyes ecológicas, regeneramos la tierra, su suelo, su biodiversidad y su sistema climático. En cambio, cuando producimos y distribuimos alimentos con base en combustibles y sustancias químicas fósiles, destruimos los complejos sistemas interconectados de suelo, agua, biodiversidad y clima. Cuando consumimos alimentos cultivados con cuidado, en consonancia con las leyes de la naturaleza, libres de químicos y ultra procesamiento, esos alimentos, un sistema complejo, interactúan con billones de células en nuestro cuerpo, otro sistema complejo.

El segundo paradigma es mecanicista y reduccionista, basado en considerar la naturaleza y nuestros cuerpos como partes separadas y desconectadas, y materia muerta o inerte. La naturaleza, los alimentos e incluso nuestros cuerpos son vistos como `máquinas´, gestionadas externamente con insumos, control y regulación externos. La biodiversidad y los seres vivos son vistos como objetos para ser controlados y manipulados con fines de extracción. La ceguera ante la interconexión y las relaciones simbióticas conduce a la ceguera ante los procesos vivos y a la `acción a distancia´.

Así, en el paradigma mecanicista, la agricultura industrial es concebida como un sistema de insumos externos, basado en la compra de semillas patentadas costosas y agroquímicos tóxicos; la salud es vista como un sistema de insumos externos basado en la compra de productos farmacéuticos patentados costosos, aditivos y “fortificados”; y los alimentos son vistos como “masa”, que puede ser fabricada, manipulada, sustituida y diseñada.

La crisis climática es el resultado de reducir el planeta a una máquina impulsada por combustibles fósiles, y nuestras vidas y sistemas alimentarios a productos químicos, petroquímicos y fertilizantes fósiles. Es resultado de la ceguera ante la naturaleza auto-organizada de los sistemas vivos, incluida la Tierra como organismo vivo. Dicho paradigma, industrial mecanicista, no tiene el potencial teórico, intelectual y científico para comprender las raíces del caos climático ni la epidemia de enfermedades que ha creado, ni ofrece soluciones duraderas para ninguno de ellos.

Su perspectiva de causalidad lineal, por un lado, desvincula el clima, la agricultura, la alimentación y la salud; por otro, permite afirmar que se vinculan herramientas específicas con fenómenos complejos y multicausales. Desvía nuestra atención de los sistemas complejos a las herramientas y la tecnología, sin evaluar cómo éstas impactan en el sistema.

La causalidad lineal aplicada a sistemas complejos permite a las corporaciones que producen productos químicos nocivos y organismos genéticamente modificados afirmar falsamente un aumento en los rendimientos cuando en realidad hay una "falta de rendimiento" y negar al mismo tiempo el efecto nocivo de sus productos.

El impacto de las malas prácticas agrícolas en la desestabilización del clima y la generación de enfermedades, así como el efecto de la agricultura biodiversa en la contribución a la Tierra y a nuestra salud, no pueden evaluarse desde una perspectiva mecanicista y reduccionista basada en un solo elemento —el carbono— asociado a la desestabilización de los sistemas terrestres y climáticos, ni en una parte de nuestra dieta, vinculada a una enfermedad. Las interacciones de sistemas complejos exigen causalidad sistémica y causalidad contextual, no causalidad mecánica.

En la causalidad mecánica, un elemento, una partícula, un gen, una molécula, un ingrediente puede causar un impacto específico. En la causalidad sistémica y la causalidad contextual, un sistema en su conjunto genera potenciales y tendencias para múltiples cambios en otro sistema complejo.

Por lo que un cambio de paradigma exige recorrer un camino que trascienda el colonialismo climático y la negación del cambio climático. Implica recorrer el camino de la regeneración de la Tierra como miembros de la familia terrestre, interconectados y entrelazados en una red de vida próspera y viva. Implica buscar la justicia climática y el alimento, recuperar la Tierra, reclamar nuestras vidas, nuestras libertades y nuestro futuro.

 

La forma en que se cultivan los alimentos y sus efectos en nuestra salud

Comer, es una conversación entre la tierra, las plantas, las células de nuestro intestino y las células de nuestros alimentos, y entre el intestino y el cerebro. Comer es un acto inteligente a nivel celular y microbiano más profundo. La comunicación celular es la base de la salud y el bienestar, y también la raíz de las enfermedades. Puede que ignoremos la relación entre la alimentación y la salud, pero nuestras células la conocen bien. Dado que los alimentos contienen la memoria de la biodiversidad del suelo y las plantas, la forma en que se cultivan es un factor determinante de la salud.

Somos en un 90 % otros seres, principalmente nuestros compañeros microbios que nos mantienen sanos. El microbioma humano está compuesto por todos los microbios (bacterias, hongos y virus) que viven dentro o sobre nosotros, incluyendo la piel, las glándulas mamarias, el líquido seminal, el útero, los folículos ováricos, los pulmones, la saliva, la mucosa oral, la conjuntiva, las vías biliares y el tracto gastrointestinal. Se estima que habitan más de 380 billones de virus, una comunidad conocida colectivamente como el viroma humano. Nuestro intestino es un microbioma que contiene trillones de bacterias. Hay 100,000 veces más microbios en nuestro intestino que personas en el planeta. Para funcionar de forma saludable, el microbioma intestinal necesita una dieta diversa, y una dieta diversa requiere diversidad en nuestros campos y huertos.

Vandana Shiva, en su libro The Nature of Nature: The Metabolic Disorder of Climate Change (1), señala que la ciencia ecológica y la medicina ecológica reconocen que la salud del microbioma intestinal es fundamental para nuestra salud; la mayoría de las enfermedades crónicas tienen su origen en la destrucción del microbioma intestinal. Los suelos sanos son ricos en materia orgánica y biodiversidad. La agricultura orgánica regenerativa, intensiva en biodiversidad y con una fotosíntesis intensiva, extrae más dióxido de carbono de la atmósfera, siguiendo así el proceso natural de enfriamiento del planeta. Un tercio del carbono fijado por las plantas se devuelve al suelo en forma de exudado. Los suelos orgánicos, ricos en biodiversidad de organismos, también contribuyen a la densidad nutricional y la diversidad de los alimentos, así como a nuestra salud y nutrición.

Los hongos micorrícicos pueden retener el 30 % de las emisiones. Las lombrices de tierra son un motor importante de la producción mundial de alimentos, contribuyendo aproximadamente al 6,5 % del rendimiento de los cereales. Además, contribuyen a la salud del suelo y a su resiliencia al cambio climático. Los suelos con lombrices de tierra drenan de cuatro a diez veces más rápido que los que no las tienen, y su capacidad de retención de agua es un 20 % mayor. El excremento de las lombrices, que puede alcanzar de cuatro a treinta y seis toneladas por acre, contiene cinco veces más nitrógeno, siete veces más fósforo, tres veces más magnesio intercambiable, once veces más potasa y una vez y media más calcio. Su acción sobre el suelo promueve la actividad microbiana esencial para la vida del suelo.

 

Industrialización del sistema alimentario

Para comprender los cambios hacia la industrialización de la agricultura, necesitamos analizar las fases que se dieron durante este proceso. En la primera fase de la industrialización de nuestro sistema alimentario, la compleja red del suelo fue sustituida por fertilizantes nitrogenados elaborados a partir de combustibles fósiles. Los fertilizantes sintéticos destruyeron el suelo vivo, agotaron y contaminaron las aguas, emitieron Gases de Efecto Invernadero (GEI) tres veces más perjudiciales para los sistemas climáticos que el dióxido de carbono, reemplazaron la biodiversidad con monocultivos y destruyeron la nutrición de los alimentos. La industrialización de la agricultura y su producción redujo el sistema a medir el rendimiento de los productos básicos de monocultivos, descontando la calidad de los alimentos, la biodiversidad, el costo de los insumos externos y la salud ecológica del sistema.

En la segunda fase de la industrialización, las semillas se modificaron genéticamente para patentarlas. Al reclamar la patente, los organismos genéticamente modificados (OGM) se definieron como `novedosos´, es decir, inexistentes; y, al intentar eludir la responsabilidad de la bioseguridad, se definieron, sin fundamento científico, como `sustancialmente equivalentes´ a las semillas y alimentos no transgénicos, lo que dio lugar a la práctica de “no mirar, no ver, no encontrar impactos y declararlos seguros”.

Hoy sabemos que los sistemas alimentarios fósiles son sistemas tóxicos, basados en tecnologías de exterminio y muerte. Los fertilizantes sintéticos matan los organismos del suelo, los pesticidas e insecticidas matan a los insectos, los herbicidas matan a las plantas. Un millón de especies están en peligro de extinción; 200 desaparecen cada día. Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), la sobreexplotación y la agricultura son las principales causas de muerte con el mayor impacto actual en la biodiversidad. Los aspectos interrelacionados de la crisis ecológica están creando nuevas vulnerabilidades para la alimentación y la agricultura.

No obstante, la evidencia indica cómo a pesar de su importancia vital para la supervivencia humana, la biodiversidad se está perdiendo a un ritmo alarmante, ya que cientos de especies desaparecen a diario con la expansión de la agricultura intensiva en productos químicos y capital. La agricultura basada en venenos y monocultivos está acabando con la enorme diversidad de cultivos que antes cultivábamos y comíamos: los humanos consumíamos más de 10.000 especies de plantas antes de que se generalizara la agricultura industrial globalizada.

Así, en las últimas décadas, nuestras tradiciones alimentarias, agrícolas y de salud han sido ignoradas o destruidas bajo el ataque de la ciencia reduccionista y los sistemas agrícolas industriales, combinados con la globalización y el libre comercio. La industrialización y la globalización de los sistemas alimentarios, así como la promoción de la comida rápida y la comida chatarra, son impulsadas por las corporaciones químicas e industriales de alimentos, lo que provoca una crisis climática, una crisis agraria, la erosión de la biodiversidad agrícola, un aumento de los tóxicos en nuestros alimentos y una epidemia de enfermedades.

La industria agroquímica y la agroindustria, la industria de la comida chatarra y la farmacéutica se lucran mientras la naturaleza y las naciones se enferman y empobrecen cada vez más. Las poderosas corporaciones químicas, que controlan la agricultura y la medicina industriales, han intentado desplazar el discurso ecológico de la interrelación e interconexión con el paradigma reduccionista que han forjado. Las herramientas violentas y tóxicas de la agricultura, el procesamiento y la medicina industriales se han erigido en fines humanos y se han convertido en la medida del progreso humano.

Como resultado, la mayoría de las enfermedades crónicas de nuestra época son enfermedades relacionadas con los hábitos alimentarios, más que con el estilo de vida. Las enfermedades relacionadas con la alimentación, como problemas neurológicos, trastornos metabólicos como la obesidad y la diabetes, cáncer, infertilidad y problemas intestinales, están en aumento. Se denominan enfermedades relacionadas con los hábitos alimentarios porque están asociadas con los cambios en la dieta y los alimentos que consumimos cada vez más, cultivados químicamente y altamente procesados. La forma en que cultivamos nuestros alimentos, cómo los procesamos y qué comemos son determinantes ecológicos clave de la salud y la enfermedad. Los alimentos procesados industrialmente y una dieta homogénea, uniforme y carente de diversidad no pueden proporcionar los nutrientes que los billones de células de nuestro cuerpo necesitan para realizar las diversas funciones que nos mantienen mental y físicamente sanos.

Los alimentos cultivados con productos químicos afectan nuestra salud de tres maneras. En primer lugar, al centrarse en un puñado de productos básicos, la mayoría de los cuales se destinan a biocombustibles y piensos (mezcla de alimentos para animales), contribuyen al hambre y la desnutrición. El 90% del maíz y la soja producidos en el mundo se utiliza como biocombustible y piensos, no para la alimentación humana. En segundo lugar, dado que la agricultura industrial produce monocultivos uniformes y homogéneos, contribuye a enfermedades relacionadas con la deficiencia de nutrientes vitales y diversos. En tercer lugar, los tóxicos utilizados en la agricultura se filtran en nuestros alimentos y son un factor de enfermedades como el cáncer.

 

Efectos de las sustancias químicas en la microbiota intestinal

Cuando destruimos la biodiversidad que habita en nuestro interior, creamos enfermedades crónicas. Cuando destruimos la biodiversidad de nuestro microbioma intestinal con alimentos industriales y ultra procesados, enfermedades crónicas como la diabetes y el cáncer adquieren proporciones epidémicas. La biodiversidad exterior y la biodiversidad interior de nuestro microbioma intestinal están interrelacionadas; al destruir una, destruimos la otra.

Cuanto mayor sea la biodiversidad de un ecosistema, mayor será su resiliencia y resistencia a las enfermedades. Esto también aplica a nuestro ecosistema intestinal. La destrucción de la biodiversidad en el microbioma intestinal es responsable de la inflamación y la desregulación metabólica, lo que conduce a muchas enfermedades crónicas. Cuando nuestra biodiversidad intestinal se desploma debido a tóxicos o deficiencias en los alimentos que consumimos, pueden surgir pandemias: infecciones gastrointestinales, enfermedades autoinmunes como el asma, la artritis reumatoide, la enfermedad inflamatoria intestinal, los trastornos del espectro autista, la obesidad y las enfermedades metabólicas.

A la hora de exponer el daño que un sistema industrial causa a la biodiversidad del planeta, es necesario comprender hasta qué punto los seres humanos formamos parte de esa biodiversidad y en qué medida compartimos los riesgos. No es casualidad que cada vez más investigadores se centren en la relación entre la pérdida de biodiversidad y el aumento de las enfermedades inflamatorias. El deterioro del correcto funcionamiento de nuestro sistema inmunitario se asocia con el estado de salud de nuestro microbioma, que es el sistema de bacterias, virus, hongos, levaduras y protozoos en nuestros intestinos. También llamado nuestro "segundo cerebro" por los científicos, este desempeña una serie de funciones importantes que contribuyen significativamente a la salud de nuestro sistema inmunitario. Un microbioma deficiente, o su falta de diversidad, también conlleva un mayor riesgo de desarrollar diversos trastornos neuropsiquiátricos como la depresión, la esquizofrenia, el autismo y la ansiedad. Además, investigaciones recientes han confirmado que la composición y la diversidad del microbioma son muy importantes para determinar la inmunidad antitumoral.

Durante la mayor parte del siglo pasado, el microbioma intestinal fue prácticamente ignorado en la investigación sobre el cuerpo humano. Esto se debe en parte a que funcionaba bien. No nos dábamos cuenta de todo lo que los microbios aportaban en nuestro beneficio porque no era necesario. Esto ya no es así, nuestros intestinos están más inflamados y sufrimos más que nunca. Cuando alteramos el intestino también corremos el riesgo de alterar el cerebro. Los científicos saben ahora que el intestino y el cerebro están en estrecha comunicación. La señal que tiene lugar entre el tracto gastrointestinal y el sistema nervioso central se denomina eje intestino-cerebro. La comunicación se produce a través del sistema linfático, la circulación sanguínea, el sistema inmune y el nervio vago. Gran parte de esta comunicación implica señales liberadas por los microbios del intestino. Por eso se cree que varias de nuestras enfermedades modernas tienen su origen en el intestino, como la enfermedad de Alzheimer, la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), el autismo, la depresión, la enfermedad de Parkinson, la artritis reumatoide, la esclerosis múltiple, entre otras (ver imagen. Interacciones intestino-cerebro).

 

Imagen. Interacciones intestino-cerebro. Los mecanismos propuestos sugieren una comunicación bidireccional. Existe una creciente cantidad de trabajos que indican interacciones entre el huésped y el microbioma, facilitadas por lo siguiente: (1) El aumento de la permeabilidad intestinal permite que los microbios o sus metabolitos entren en el torrente sanguíneo. (2) Los microbios intestinales producen metabolitos neuromoduladores (p. ej., ácidos grasos de cadena corta), además de inducir la producción de vitaminas derivadas del huésped (B12), neurotransmisores (p. ej., serotonina) y hormonas (péptidos YY) que pueden afectar la salud neurológica y del huésped. (3) Las interacciones bidireccionales pueden ocurrir directamente a través de la inervación del nervio vago, lo que proporciona un alinea de comunicación directa entre el sistema nervioso entérico y el central. (4) Además las interacciones intestino-cerebro pueden ocurrir a través de vías inflamatorias inmunomediadas, como (a) la inflamación sistémica impulsada por microbios, vinculada a la regresión de enfermedades neurodegenerativas, y (b) los factores de estrés que pueden alterar el intestino a través de las vías inflamatorias. (5) Finalmente, los microbios intestinales pueden metabolizar xenobióticos, lo que afecta la función neurológica. Asimismo, las alteraciones de la microbiota intestinal se han relacionado con comorbilidades, como la depresión, que son comunes en afecciones neurológicas como la esclerosis múltiple y la enfermedad de párkinson, y pueden contribuir a (o incluso ser resultado de) estas interacciones.
Imagen modificada y tomada de: Tremlett H, Bauer KC, Appel-Cresswell S, Finlay BB, Waubant E. The gut microbiome in human neurological disease: A review. Ann Neurol. 2017 Mar:81(3):369-382. Doi:10.1002/ana.24901. Epub 2017 Mar 20. PMID: 28220542.

 

Es porque las bacterias son sensibles por lo que desarrollan resistencia a los antibióticos. Monsanto (ahora Bayer), una empresa multinacional estadounidense, líder en la producción de semillas genéticamente modificadas (transgénicas) y herbicidas como el glifosato (Roundup) afirma que su herbicida, Roundup, que se usa para eliminar malezas, es seguro para los humanos porque los humanos no tienen la vía del shikimato a través de la cual algunas plantas y protozoos, bacterias, hongos y algas biosintetizan folatos y aminoácidos aromáticos. Pero las bacterias en nuestro intestino sí tienen la vía del shikimato, y estas bacterias están siendo eliminadas por herbicidas como Roundup, lo que lleva a graves epidemias de enfermedades, desde el aumento de trastornos intestinales hasta problemas neurológicos. Las bacterias en nuestro intestino producen tres aminoácidos aromáticos: triptófano, tirosina y fenilanina, a través de la vía del shikimato. Como nuestras células no tienen esta vía, ellas mismas son incapaces de producir estos nutrientes, por lo que dependemos de las bacterias intestinales. Estos aminoácidos esenciales son precursores de los neurotransmisores dopamina, serotonina, melatonina y adrenalina, así como de la hormona tiroidea, el folato y la vitamina E. La destrucción de las bacterias intestinales puede provocar deficiencias en estas importantes moléculas biológicas, lo que perjudica las funciones neurológicas. Moléculas y fitoquímicos específicos presentes en hierbas y especias activan receptores gustativos específicos y desencadenan procesos metabólicos.

Mayer, citado por Shiva (1) indica:

“Los complejos sistemas sensoriales del intestino son la Agencia de Seguridad Nacional del cuerpo humano: recopilan información de todas las áreas del sistema digestivo, incluyendo el esófago, el estómago y el intestino, ignorando la gran mayoría de las señales, pero activando la alarma cuando algo parece sospechoso o sale mal. Resulta que es uno de los órganos sensoriales más complejos del cuerpo” (p.159)

 

Políticas alimentarias en México y sus efectos adversos en la salud

Alyshia Gálvez en su libro Comer con el TLC. Comercio, políticas alimentarias y la destrucción de México (2), señala que México al firmar en 1992, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), accedió a adaptarse al ambiente regulatorio de los Estados Unidos al abrir el camino para el uso intensivo de insumos químicos en la agricultura y el procesamiento de alimentos. Incluso antes del tratado comercial, México ya fomentaba el predominio de la agricultura industrial sobre la agricultura de subsistencia, pero la promesa del TLCAN de borrar fronteras para el comercio trajo aparejado que también se borraran la mayoría de las barreras del uso de insumos químicos. Los cambios en la producción de los alimentos no sólo alteran las circunstancias en que se produce y se procesa el alimento, sino también su contenido químico. Nosotros los consumidores hemos estado expuestos a un coctel de productos químicos en el medio ambiente, en nuestros hogares y en las comidas que ingerimos, con efectos en la química interna del cuerpo que apenas estamos empezando a conocer: Algunos de ellos modifican la forma en que el cuerpo metaboliza la comida; algunos alteran las señales de saciedad y de hambre; algunos producen antojos e incluso adicciones de azúcar, grasas y sal; otros alteran la flora intestinal, eliminando algunas de las bacterias “buenas” que desempeñan un papel en todos los demás procesos del cuerpo, desde la digestión y la absorción de nutrientes hasta el estado de ánimo.

Sólo en los primeros 10 años del TLCAN las exportaciones de productos químicos de los Estados Unidos a México aumentaron 97%. Considerando el increíble aumento de las ventas de productos químicos desde la aprobación del TLCAN, las ganancias que el mercado mexicano ofrece a las compañías químicas estadounidenses podrían justificar por sí solas la enorme cantidad de dólares que gastan todos los años cabildeando en el Congreso por políticas favorables; así, 108 compañías gastaron en eso 55 millones de dólares sólo en 2015. A pesar de que el TLCAN es un tratado entre tres países, las restricciones al uso de productos químicos que firmó Canadá son más parecidos a las de la Unión Europea que a las de los Estados Unidos. Por ejemplo, Canadá prohibió el bisfenol A, que los Estados Unidos y México permiten. Es un producto químico que se usa en plásticos como biberones, recipientes para alimentos, productos enlatados y muchas otras cosas, y está probado que trastorna las funciones endócrinas.

Pese a las advertencias de científicos y muchos reclamos de que se prohíba, en los Estados Unidos y en México sigue siendo legal, así como todo un espectro de productos químicos utilizados en aplicaciones industriales y domésticas.

El maíz industrializado estadounidense (del cual México es el principal importador), produce rendimientos enormemente mayores debido a la naturaleza intensiva de su producción con gran cantidad de insumos como fertilizantes, herbicidas, insecticidas, modificación genética de semillas híbridas, etc. En la ganadería el uso intensivo de antibióticos no sólo permite que los animales avancen mucho más rápido hacia el matadero, sino que también sirve para prevenir infecciones. En México los cerdos y los pollos desde hace mucho comen, entre otras cosas, los olotes, y el maíz industrial que se les da en los criaderos industriales tiene más almidón y menos proteína, es más difícil de digerir y constituye una parte mayor de su dieta que el maíz criollo que comían en el pasado. Los vacunos, evolucionados como herbívoros rumiantes simplemente no están equipados para digerir el maíz, y su capacidad de hacerlo depende de que se traten constantemente las infecciones del aparato digestivo que padecen cuando comen maíz en lugar de pasto. Las condiciones difíciles y la alimentación inapropiada de la cría industrial significan que los animales suelen estar siempre enfermos y tomando antibióticos constantemente. Lógicamente, los antibióticos y otros productos químicos utilizados en la producción de los animales mismos y en su alimentación pasan a los seres humanos, que están comiendo cantidades más grandes que nunca de esa carne, leche y huevos.

Es igualmente lógico que comer grandes cantidades de esos productos animales puede acelerar el crecimiento- causando obesidad infantil y adulta, y también pubertad precoz-, reducir la biodiversidad intestinal, alterar la respuesta a antibióticos y tener otros efectos endocrinos y metabólicos.

Por otro lado, gran parte de la literatura sobre nutrición que se distribuye en clínicas y hospitales tanto de Estados Unidos como en México, es producida por compañías trasnacionales de alimentos y está centrada en el uso de los productos que manufacturan.

Las empresas transnacionales de alimentos y, especialmente, las productoras de bebidas azucaradas han apoyado con grandes subsidios la investigación sobre `la teoría del equilibrio energético´ e incorporado esas inversiones a sus planes de marketing. Buena parte de esa investigación se ha llevado a cabo en grandes instituciones académicas. Otra parte se ha realizado en think tanks financiados por la industria donde investigadores producen reportes con datos de “aspecto científico”.

No cabe duda de que hay muchos miles de millones de dólares en juego que dependen del crecimiento continuo del mercado mexicano de bebidas y alimentos procesados.

 

Imagen de la portada del Libro: Comer con el TLC. Comercio, políticas alimentarias y La destrucción de México.

 

Envenenados lentamente por el glifosato (experimento masivo de ingeniería genética)

El glifosato y su impacto en la salud. Herbicidas como el glifosato, comercializado bajo la marca Roundup, han sido reconocidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como “probables carcinógenos”. El estado estadounidense de California exige que se etiquete como tal. El intento de Monsanto de bloquear la orden de etiquetado fue derrotado legalmente. Muchas regiones de Europa están prohibiendo su uso. Los científicos han descubierto que el Roundup está relacionado con la insuficiencia renal y las enfermedades hepáticas. Sri Lanka ha prohibido el Roundup por su relación con la insuficiencia renal.

Stephanie Seneff en su libro Legado Tóxico cómo el herbicida Glifosato está destruyendo nuestra salud y el medioambiente (3), señala que: “algo terrible parece estar afectando a todos los seres vivos del planeta: los insectos, los animales y la salud de los seres humanos, incluidos los niños. Algo que se esconde a plena vista. Aunque no podemos reducir todos los problemas medioambientales y de salud a una sola causa insidiosa, creo que hay un denominador común. Ese denominador común es el glifosato” (p.18).

Su estudio reúne más de diez años de investigación que muestran claramente cómo el glifosato está erosionando la salud humana y planetaria, dando lugar a un legado tóxico que cedemos a las generaciones futuras para que lidien con él. El problema es demasiado importante para ignorarlo.

La autora argumenta que tanto la comunidad científica como los organismos reguladores nos han fallado. Que nuestro camino tiene dos vertientes: tenemos que prohibir el glifosato en todo el mundo. Prohibir este producto químico tóxico es la única forma real de proteger lo que más apreciamos. Hasta que eso ocurra, y en ausencia de una supervisión reguladora adecuada, tenemos que proteger nuestra salud y la de nuestros hijos.

Los herbicidas a base de glifosato se utilizan para controlar una amplia variedad de malas hierbas que crecen entre los cultivos alimentarios, céspedes residenciales, jardines, parques públicos, bordes de carreteras, parques naturales, zonas de vida silvestre, pastizales, bosques, cursos de agua, etc. Estos herbicidas tienen una larga lista de nombres, como Roundup, Roundup Ultra, Roundup pro, AquaMaster, Aqua neat, Polado, Accord, Rodeo, Touchdown, Backdraft, Expedite, EZ-ject, Glyfos, Laredo, Buccaneer Plus y Wrangler, entre otros. Estos productos contienen una gran variedad de sustancias químicas. Pero en todos ellos, el glifosato es el ingrediente principal, con un 36-48% del producto.

Aunque hoy en día se utiliza como herbicida, el glifosato fue patentado por primera vez por la Stauffer Chemical Company en 1961, como agente quelante (compuesto químico que se une con firmeza a los iones metálicos), para eliminar los depósitos minerales de las tuberías y calderas de los sistemas de agua caliente. Más tarde, en 1968, Monsanto patentó el glifosato para una aplicación totalmente distinta, como herbicida para uso en la agricultura. Fue patentado por tercera vez (de nuevo por Monsanto) a principios de la década de 2000, esta vez como antibiótico oral. Todas estas aplicaciones, como quelante, herbicida y antibiótico, desempeñan un papel en el impacto estratégico y diabólico de esta sustancia química sobre la salud humana.

Con el derecho legal a su uso exclusivo en la agricultura, Monsanto empezó a comercializar un herbicida a base de glifosato, el Roundup, a mediados de la década de 1970. El Roundup se comercializó por ser considerablemente menos tóxico que otros herbicidas comunes, como el dicamba y el 2,4-D, menos persistente en el suelo y más seguro para los seres humanos, los animales y el medio ambiente. Al reducir la necesidad de laboreo (labranza), se describió como “la solución medioambiental perfecta en el momento perfecto…uno de los herbicidas más seguros de la historia, si no el que más”.

Como herbicida no selectivo, mataba casi todas las plantas con las que entraba en contacto. Los agricultores tenían que ser cautelosos en su aplicación. En la década de 1980, Monsanto empezó a invertir en un “nuevo y brillante programa de investigación y desarrollo biotecnológico”. Los ingenieros genéticos de la empresa insertaron genes microbianos en cultivos comunes para hacerlos resistentes al Roundup. Generalmente se utiliza el término Organismos Modificados Genéticamente (OMG) para describir este tipo de cultivos. Estos cultivos OMG `Roundup Ready´ (listos para Roundup) transformaron el herbicida de ser un ganador parcial a un campeón global. Cuando los cultivos resistentes al glifosato salieron al mercado en 1996, se anunciaron como un gran avance en agricultura y biotecnología, una promesa para “acabar con el hambre y alimentar al mundo”. En lugar de utilizar el glifosato de forma cuidadosa y selectiva, ahora los agricultores podían rociar campos enteros con él y sólo morirían las malas hierbas, no los cultivos Roundup Ready.

Ilustración vintage de 1952 de un científico modificando genéticamente una planta de maíz. GraphicaArtis/Getty Images.Tomado de: https://thefern.org/2024/05/the-u-s-mexico-tortilla-war/

 

Las ventas de semillas Roundup Ready, empezando por la soja y el maíz, continuando por la colza, la remolacha azucarera, el algodón y la alfalfa, se dispararon. También lo hicieron las ventas de Roundup. En 2014, el uso de glifosato en Estados Unidos había aumentado a 125 millones de kilogramos (unas 138,000 toneladas), quince veces más que en la década de 1970. En la actualidad, se rocían casi 150,000 toneladas de glifosato en los cultivos estadounidenses cada año. Esto equivale a casi medio kilo de glifosato al año por cada habitante de Estados Unidos.

Desde el punto de vista de la industria, sólo había una gran dificultad en la gloria herbicida del glifosato: los seres vivos quieren sobrevivir. Los organismos que resisten a los venenos, reviven y se multiplican. Aunque el glifosato mataba a las malas hierbas indiscriminadamente, algunas eran menos sensibles, o lo fueron con el tiempo. Estas “supermalezas” empiezan a dominar el ecosistema, desplazan a los cultivos y requieren cada vez más glifosato, o incluso otros herbicidas, para acabar con ellas. ¿La solución? Utilizar más glifosato. Desde 1974, se han aplicado unos 8,600 millones de kilos de glifosato en todo el mundo.

El glifosato ha estado apareciendo en la orina humana desde 1993, mucho antes de que los cultivos Roundup Ready genéticamente modificados fueran de uso generalizado. Pero mientras que sólo el 12 por ciento de los estadounidenses dieron positivo por exposición al glifosato entre 1993 y 1996, al menos 70 por ciento dieron positivo en 2023. A pesar de que ese número suene alto, es probable que sea una subestimación. De las varias docenas de pacientes sometidos a pruebas de glifosato por un médico del sur de Oregón, la mayoría de los cuales se autodenominaban locos por la salud que comen alimentos orgánicos, el cien por cien, incluido el propio médico, dieron positivo. Las personas que siguen una dieta predominantemente orgánica tienen significativamente menos glifosato en la orina que las personas que consumen principalmente alimentos convencionales, y las personas que están sanas tienen niveles significativamente más bajos de glifosato en la orina que las que están crónicamente enfermas. Aun así, el glifosato es casi imposible de evitar por completo.

Seneff señala que todos estamos expuestos al glifosato, principalmente a través de los alimentos que comemos, pero también del agua que bebemos, en la que nos bañamos y nadamos, del césped que pisamos, de los parques que juegan los niños y, probablemente, incluso de los medicamentos y nutracéuticos que tomamos. El glifosato también está en el aire, un riesgo especial para las personas que viven en comunidades agrícolas. (Aquí la autora se refiere a Estados Unidos pero este producto ha sido vendido en todo el mundo).

El glifosato está dañando nuestros intestinos, matando preferentemente las especies de bacterias que más necesitamos. Estos son los microorganismos que nos ayudan en todo, desde la digestión de los alimentos hasta la síntesis de sustancias químicas que afectan al aprendizaje, la memoria y el estado de ánimo. Cuando el glifosato aniquila las bacterias comensales, prosperan las bacterias patógenas y los hongos patógenos.

El glifosato podría llegar al cerebro a través de las fosas nasales, absorbido a través de la piel o ingerido en alimentos contaminados.

Un creciente cuerpo de literatura científica sugiere firmemente que ninguna cantidad de glifosato es segura. El cáncer es sólo uno de los peligros para la salud de la exposición al glifosato. El glifosato contamina el suelo y la vida vegetal que depende de él. Contamina nuestros alimentos y nuestra agua. Las consecuencias negativas del glifosato para la salud pueden observarse a lo largo de varias generaciones. Es biopersistente.

Se han encontrado correlaciones entre el aumento del uso de glifosato y el aumento de la enfermedad de Alzheimer, el autismo, la diabetes, la enfermedad inflamatoria intestinal, la enfermedad renal, la enfermedad hepática, la obesidad, el cáncer de páncreas y el cáncer de tiroides.

La exposición crónica al glifosato, un antibiótico, puede promover en los seres humanos mayor susceptibilidad a contraer la gripe y otras infecciones respiratorias, incluido el Covid-19.

El Covid-19 es una nueva enfermedad vírica infecciosa que se ha convertido en una pandemia mundial de grandes dimensiones. Sin embargo, existe una enorme diferencia en el grado en que este virus afecta a la población de los distintos países. Muchos de los países afectados, como Estados Unidos, Reino Unido, Brasil y Sudáfrica, utilizan el glifosato de forma intensiva. La diabetes, la obesidad y la hipertensión, enfermedades que prevalecen en las naciones industrializadas, son factores de riesgo bien establecidos para la mortalidad por Covid-19. El uso de glifosato en Estados Unidos está altamente correlacionado con el aumento de estas condiciones. Cada vez está más claro que un factor importante que conduce a la enfermedad grave es una respuesta excesiva del sistema inmune adaptativo, lo que lleva a una mayor producción de anticuerpos y una tormenta de citoquinas. Esta respuesta se puede esperar debido a la grave alteración por el glifosato del sistema inmune innato. Que normalmente desempeñaría un papel crítico en la eliminación del virus. Por último, cada vez somos más conscientes que los pacientes que se recuperan del Covid-19 pueden, posteriormente, desarrollar una enfermedad autoinmune como consecuencia, debido a la sobreproducción de anticuerpos contra proteínas víricas que atacan al huésped a través del mecanismo de mimetismo molecular. Pocos investigadores hablan del glifosato en el contexto del SARS-CoV-2. Pero deberían hacerlo.

Seneff considera que el glifosato es una amenaza global, y no podemos quedar conformes hasta que se prohíba en todo el mundo. La persistente negación del daño por parte de la industria agroquímica es poco menos que criminal. Hay que cerrar las fábricas donde se sintetiza el glifosato. Hay que invertir dinero en proyectos que investiguen cómo eliminar el glifosato del agua potable, de los ríos y océanos, del suelo y de nuestros cuerpos. Cuando el glifosato desaparezca para siempre, y no se detecten residuos en el suelo, los alimentos, el agua y la orina, sabremos que hemos ganado. Es hora de cambiar. Necesitamos soluciones para producir alimentos mediante una agricultura renovable, prácticas que mejoren el suelo año tras año en lugar de contaminarlo. Nunca debemos de cometer el error que cometimos con el DDT y sustituir simplemente el glifosato por otros herbicidas tóxicos.

 

Tóxicos que destruyen nuestra salud y envenenan el planeta

Se considera que el glifosato es la sustancia química medioambiental más peligrosa a la que nos enfrentamos hoy en día, debido a su mecanismo único de toxicidad, su aplicación descuidada y su presencia omnipresente. Pero también hay otros tóxicos que están destruyendo nuestra salud y envenenando nuestro planeta. Entre ellos están el aluminio, el arsénico, los bisfenoles como el BPA, el flúor, el plomo, el mercurio, los ftalatos, el cloruro de polivinilo, el poliuretano, el teflón, el estireno y muchos otros más. Así como, por supuesto, hay otros herbicidas tóxicos, insecticidas y fungicidas que se usan habitualmente en la agricultura. Muchas de estas sustancias químicas actúan de forma sinérgica, amplificando su toxicidad. En ocasiones, la carga para el organismo es tan grande que provoca infertilidad. Incluso cuando no es así, las generaciones posteriores pueden verse perjudicadas por la exposición que sufrieron sus padres, o incluso sus abuelos, cuando eran jóvenes.

 

Glifosato en el embarazo y la niñez

André Leu en su libro Poisoning our Children (4), afirma que los seres humanos están atrapados en un círculo vicioso, dado que la mayoría de los preparados para lactantes están contaminados con glifosato (se refiere a Estados Unidos, en nuestro país no tenemos estudios que analicen estos compuestos). Señala que en la leche de fórmula de soja procedente de Brasil se encontraron niveles de glifosato de hasta mil partes por billón. La exposición al glifosato de la leche de fórmula de soja reduce la presencia de Bifidobacterias e interfiere en el proceso por el cual estas bacterias mantienen un pH intestinal saludable y un reciclaje saludable de las mucinas que recubren la barrera intestinal.

La mayor y más reciente investigación sobre pesticidas y autismo se llevó a cabo en la región agrícola de Valle de San Joaquín, en California. Al examinar los pesticidas y herbicidas, incluidos el clorpirifos y el glifosato, los investigadores descubrieron que las mujeres embarazadas que vivían en un radio de 1,2 millas de las zonas de fumigación tenían un 30% más de probabilidades de tener hijos con autismo grave.

Este es un problema crítico, ya que existe una gran cantidad de estudios científicos publicados que demuestran que el feto y el recién nacido están expuestos continuamente a numerosas sustancias químicas. El Panel Presidencial sobre Cáncer de los Estados Unidos (USPCP) declaró: “Algunas de estas sustancias químicas se encuentran en muestras de sangre materna, tejido placentario y leche materna de mujeres embarazadas y madres que han dado a luz recientemente. Estos hallazgos indican que los contaminantes químicos se transmiten a la siguiente generación, tanto prenatalmente como durante la lactancia” (p.24)

El Panel Presidencial contra el Cáncer de EE. UU. (USPCP) no solo expresó su preocupación por el nivel de estos contaminantes químicos, sino que también señaló que los reguladores están ignorando este problema debido a la grave falta de conocimiento y de investigación.

Numerosos contaminantes ambientales pueden atravesar la barrera placentaria; en un grado alarmante, los bebés nacen `precontaminados´. Los niños también pueden sufrir daños genéticos o de otro tipo derivados de la exposición ambiental sufrida por la madre (y, en algunos casos, por el padre). Existe una grave falta de conocimiento y comprensión de las amenazas ambientales para la salud de los niños y una grave escasez de investigadores y médicos capacitados en salud ambiental infantil.

Theo Colborn, citado por Leu (4), publicó un estudio que examina estos problemas, el estudio revisó muchos de los artículos científicos, los cuales demostraron la amplia exposición de niños y fetos a numerosos pesticidas. Se han encontrado múltiples residuos de pesticidas en el semen, el líquido folicular ovárico, el líquido amniótico, la sangre materna, la sangre placentaria y del cordón umbilical, la leche materna, el meconio (las primeras heces) de los recién nacidos y en la orina infantil.

Uno de los libros más completos sobre los efectos de los pesticidas en los niños es Poison Our Future: Children and Pesticides, escrito por Meriel Watts, citado por Leu (4). Watts cita numerosos estudios que demuestran la alarmante cantidad de pesticidas presentes en la leche materna y la placenta. Esta información es crucial, ya que numerosos estudios demuestran que, dado que los niños no cuentan con los mismos compuestos protectores que los adultos para metabolizar estos compuestos tóxicos, incluso las dosis más pequeñas pueden afectarles de por vida. Muchos de estos problemas de salud pueden manifestarse en la edad adulta como cáncer, problemas reproductivos, enfermedades degenerativas y numerosos problemas de salud.

Varios estudios demuestran la relación entre la exposición a sustancias químicas, en particular a pesticidas, y el aumento de cáncer infantil. El informe de la USPCP afirma: “La incidencia de cáncer en niños estadounidenses menores de 20 años ha aumentado... las tasas de leucemia son sistemáticamente elevadas entre los niños criados en granjas, entre los niños cuyos padres usaron pesticidas en el hogar o el jardín, y entre los hijos de quienes aplican pesticidas”. Muchos de los estudios que se mencionan vinculan la exposición a pesticidas con el aumento de muchos tipos de cáncer en niños y adultos jóvenes.

La Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC), clasificó recientemente el glifosato y el malatión, dos pesticidas de uso común, como el segundo nivel más alto de carcinógenos. La clasificación 2A (probablemente carcinógeno para los humanos) significa que causan cáncer en animales, y “un número limitado de estudios demuestra que causan cáncer en humanos”. El malatión (maldison) aún está aprobado como tratamiento contra los piojos en niños. Dado que existen numerosas alternativas seguras, es hora de prohibirlo.

La mayor preocupación radica en que las pruebas realizadas por Moms Across America y Greenpeace en Alemania detectaron glifosato en la leche materna y las fórmulas infantiles. Las madres están alimentando accidentalmente a sus hijos con un carcinógeno y disruptor endocrino cuando son más vulnerables a los efectos adversos de estos venenos. Dado que el glifosato es un disruptor endocrino, no tiene umbrales de seguridad para su uso y las IDA y LMR actuales carecen de validez. El glifosato se está convirtiendo en el nuevo DDT, tanto por su alcance de contaminación generalizada como por su capacidad de causar múltiples enfermedades.

El contacto con sustancias químicas a niveles inferiores a los límites reglamentarios puede perjudicar al feto y a los lactantes, incluso si la madre no presenta efectos secundarios. Uno de los estudios más preocupantes sobre este tema fue publicado en 1998 por Guillette y colaboradoras (5). Estas investigadoras compararon las habilidades de dibujo de niños Yaquis de cuatro y cinco años en la región de Sonora, México. El estudio comparó dos grupos de niños con dietas, antecedentes genéticos y culturales similares. Un grupo vivía en el valle y estaba expuesto a la dispersión de pesticidas de las granjas circundantes, y el otro vivía en las laderas, donde no estaban tan expuestos. A ambos grupos se les pidió que dibujaran personas. Los niños de las laderas dibujaron imágenes acordes con su edad. Los niños expuestos a pesticidas no podían dibujar una imagen que representara a una persona, o apenas podían hacerlo. La mayoría de sus dibujos se asemejaban a los garabatos de niños mucho más pequeños, lo que indica que la exposición a pesticidas había comprometido gravemente el desarrollo de sus funciones cognitivas (ver figura de dibujos representativos).

 

Figura 1. Dibujos representativos de una persona por niños de 4 años de la tribu Yaqui del valle y las laderas de Sonora, México. Figura 2. Dibujos representativos de una persona por niños de 5 años de la tribu Yaqui del valle y las laderas de Sonora, México.
Tomado de: Guillete y cols. An Anthropological Approach to the Evaluation of Preschool Children Exposed to Pesticides in México. Environmental Health Perspectives. Volume 106. Number 6 June, 1998.

 

Las inquietudes planteadas por el estudio de Guillette sobre el desarrollo de la función cerebral fueron validadas por cuatro estudios posteriores que demostraron que la exposición prenatal a insecticidas organofosforados (OPP), afecta negativamente el desarrollo neurológico infantil. Los estudios fueron realizados por investigadores del Centro de Salud Ambiental Infantil de la Universidad de Columbia, la Universidad de California, Berkeley, y la Facultad de Medicina del Monte Sinaí. Cada estudio se realizó de forma independiente, pero todos arrojaron resultados muy similares: la exposición fetal a pequeñas cantidades de insecticida órgano fosforados (OPP), reduce el coeficiente intelectual de los niños.

 

La crisis en la agricultura

Vandana Shiva, en su libro The Nature of Nature: The Metabolic Disorder of Climate Change, (1), documenta sobre la crisis en la agricultura, señala que los agricultores de todo el mundo luchan por sobrevivir; se resisten a la extinción. En 2001, seis años después de la entrada en vigor de las normas de la Organización Mundial de Comercio (OMC), escribió un informe: Uncido a la muerte, donde resaltaba que el mismo sistema agrícola industrial que contribuye a las emisiones e impulsa el cambio climático también ha definido a los agricultores como una parte prescindible del sistema alimentario.

Los agricultores están siendo marginados de la agricultura debido a múltiples presiones. La agricultura industrial obliga a los agricultores a depender de insumos costosos. Pasan de ser productores de alimentos a consumidores de productos químicos costosos y semillas industriales con un cálculo de productividad falso, al que ella llama pseudoproductividad. La productividad es el producto por unidad. Pero todos los productos deben medirse, no solo el monocultivo que el mercado pretende extraer.

Los agricultores han estado muriendo por suicidio en cifras récord tanto en Estados Unidos como en todo el mundo. Estos trabajadores agrícolas tienen una forma fácil de dañarse: bebiendo los venenos que utilizan en sus cultivos. Existen pruebas de que la muerte por intoxicación con glifosato se ha convertido en un grave problema en Argentina, Brasil, Canadá, Estados Unidos y la India.

Con las experiencias dramáticas que Vandana Shiva ha sido testigo en la India, llama al grupo de empresarios billlonarios, dentro de los que se congregan corporaciones de la agroindustria, financiera, tecnológica, de alimentos, y farmacéutica: “El Cártel del Veneno”, coincidentemente el grupo del 1% más ricos del planeta. Señala que antes, el “Cártel del Veneno” obligaba a los agricultores a comprar insumos químicos externos como semillas transgénicas y fertilizantes sintéticos; ahora los obliga a comprar conocimiento. Los datos son el nuevo petróleo, el nuevo combustible fósil, que está haciendo que la agricultura sea no renovable al reducir los alimentos y el conocimiento a recursos escasos que deben adquirirse a un alto precio.

Considera que los datos no son conocimiento; son simplemente una mercancía que hace que los agricultores estén menos conectados con la tierra al externalizar su conocimiento tradicional a las Grandes Agroindustrias. Y lo más terrible de todo esto, es que estos datos, previamente se los han robado para después vendérselos en forma de paquetes tecnológicos a muy alto costo.

En su opinión el “Cártel del Veneno”, que se convirtió en la industria biotecnológica, está convergiendo con grandes tecnológicas como Microsoft y Facebook, así como con las grandes empresas Fintech, incluyendo empresas de gestión de activos como BlackRock y Vanguard, para forjar una dictadura digital, genética y química sobre los alimentos. Bill Gates colabora estrechamente con Bayer y el “Cártel del Veneno” para crear un monocultivo agrícola digital centralizado, industrial, tóxico y de alto consumo energético para todo el mundo mediante su visión distópica de Gates Ag One, cuyo propósito no es proporcionar alimentos frescos a las comunidades locales, sino producir materia prima para alimentos de laboratorio. A esto Vandana Shiva le llama “totalitarismo alimentario”.

Vandana Shiva en otro de sus libros Philanthrocapitalism & The Erosion of Democracy (6), señala: que ajenos al claro avance hacia la agroecología y la alimentación orgánica, con cada vez más comunidades creando sistemas locales, ecológicos y basados en la diversidad, el “Cártel del Veneno” continúa manipulando y promoviendo nuevos mercados industriales. Mediante la comida falsa, la salud, las culturas alimentarias indígenas, la evolución, la biodiversidad y la red de la vida se menosprecian como "tecnologías antiguas e insuperables", ignorando por completo los sofisticados conocimientos que han evolucionado en diversas culturas agrícolas y alimentarias, en diversos climas y ecosistemas para sustentar y renovar la biodiversidad, los ecosistemas y la salud de las personas y del planeta, lo que hasta ahora ha permitido la supervivencia de la humanidad. Nuestro conocimiento sobre la alimentación para la salud se está borrando” (p.146)

En un momento en el que los movimientos en todo el mundo están creciendo y fortaleciéndose a favor de un futuro libre de OGM y venenos químicos y los científicos independientes están estableciendo los vínculos entre el cáncer y la insuficiencia de órganos vitales y los productos químicos como el glifosato (Roundup), que van de la mano con los OGM, estas herramientas destructivas están recibiendo una nueva oportunidad de vida a través de alimentos de laboratorio artificiales a medida que las grandes tecnologías, las grandes empresas alimentarias y las grandes farmacéuticas se convierten en una en el Imperio Gates.

Los fundadores de la tecnología mundial están invirtiendo en biología sintética. La industria de la biología sintética está en auge. Ha alcanzado un valor de 12 mil millones en la última década, de los cuales 3.8 mil millones solo el año pasado y se espera que se duplique para este año 2025. En los últimos veinte años, el número de empresas especializadas en este campo ha aumentado de menos de 100 en 2000 a más de 600 en 2021.

La biología sintética implica la reconfiguración del ADN de un organismo para crear algo completamente nuevo, lo que permite aplicaciones ilimitadas en múltiples campos, desde la carne y otros alimentos artificiales en la agricultura hasta nuevas materias primas modificadas para la industria farmacéutica.

Entre los mayores inversores en este sector se encuentra Bill Gates, fundador de Microsoft. Sus primeras inversiones incluyen Beyond Meat y Ginko Bioworks, que desarrolla microbios a medida, así como Pivot Bio, una puesta en marcha biotecnológica centrada en la creación de microbios fijadores de nitrógeno. Otros inversores que se mencionan también pertenecen a compañías tecnológicas (Google, PayPal, Facebook, Netscape, Yahoo!, etc.).

Por su lado, Nicolleta Dentico en el artículo The Philanthropic Monopoly of Bill & Melinda Gates (7), refiere que la Fundación Gates proporciona más financiación para la salud mundial que cualquier otro país donante importante. Periódicos influyentes elogian a Bill y Melinda “por haber revolucionado la salud pública y la vida de miles de millones de personas en el planeta”. En resumen, señala cuando hablamos de Bill Gates como filántropo, nos encontramos ante una historia de vocación monopolística comparable solo a la de Bill Gates como fundador de Microsoft. El estilo y la cultura de la empresa son idénticos. No es casualidad que ambos siempre hayan estado íntimamente vinculados.

 

Imagen Bill Gates como “Filántropo”. Tomado de la Página de Navdanya International: https://www.navdanya.org/

 

Señala Nicolleta Dentico que en la lógica del filantrocapitalismo, hacer negocios y hacer obras de caridad son dos caras de la misma moneda. Es razonable pensar que la Fundación, en la medida en que promueve el desarrollo del Sur Global inspirado en las tecnologías de la información y apoyado por la intervención de grandes empresas, ayuda a Microsoft. La Fundación ayuda a Microsoft cuando presiona a los gobiernos nacionales para que abran las puertas a las grandes empresas con las que tiene relaciones privilegiadas, incluidas Cargill, Monsanto, Nestlé, Mars, DuPont, Pioneer, Syngenta y Bayer.

No existe ningún ámbito de desarrollo en el que la fundación no actúe como una superpotencia. Esta subyugación ya no se limita a la constelación de organizaciones que dependen de ella para su financiación, sino a un número creciente de gobiernos, no solo en países de ingresos medios y bajos.

 

La epidemia filantrópica: donar para controlar la salud mundial

Con la capacidad de invertir una gran fortuna personal y disfrutar de la máxima visibilidad mediática en los circuitos globales relevantes, la Fundación Gates maneja con sabiduría las herramientas del consenso en el mundo de la salud global. Más allá de la insistente narrativa sobre Bill y Melinda y sus principios comunes, y la obstinada personalización de “la lucha por la salud de los pobres”, indica Nicolleta Dentico que no se puede pasar por alto la coyuntura de oportunidades que, como un viento propicio, impulsa a la pareja de Seattle. La desvinculación financiera de los gobiernos occidentales con las Naciones Unidas, tras la Guerra Fría, abrió un amplio margen de maniobra para el activismo optimista de Gates en la salud internacional.

Con su nuevo y central rol, la Fundación Gates ha superado incluso a la Fundación Rockefeller. Con este cambio de escenario, se ha procedido rápidamente a la privatización de la salud, con el beneplácito de las organizaciones financieras internacionales, así como a la protección de patentes de productos farmacéuticos para enfermedades relacionadas con la pobreza.

 

La Fundación Gates y la producción de conocimiento científico

Otro problema crítico se refiere a la interferencia de los fondos Gates en la producción de conocimiento y literatura científica. La sumisión de la comunidad investigadora a las prioridades de la Fundación en el sector salud —un síndrome que se reproduce en la selección de áreas de financiación en el campo de la agricultura— es ya un hecho establecido. “Sabemos que varios miembros de la comunidad científica, incluso en público, critican duramente a Bill Gates por su obsesión por imponer el modelo de negocio de Silicon Valley en la atención médica y su preferencia incondicional por la tecnología” (p.210)

Agra Watch en su artículo How the Cornell Alliance Spreads Disinformation and Discredits Agroecology (8), señala que la Fundación Bill y Melinda Gate (BMGF) ha surgido durante la última década como un actor extremadamente influyente en una batalla cada vez más intensa sobre el futuro de la alimentación y la agricultura, inyectando importantes fondos a la agricultura industrial mientras participa en poderosas alianzas que buscan remodelar la trayectoria de la gobernanza global del sistema alimentario.

A través de su financiación a la Alianza para la Ciencia de Cornell (CAS), la Fundación Bill y Melinda Gates busca influir en la opinión pública a favor de la adopción de OGM y la agricultura corporativa. CAS está formando una nueva generación de líderes para llevar a cabo la misión de BMGF de difundir la biotecnología corporativa en el Sur Global, en particular en África. Una estrategia de comunicación clave, que coincide con el creciente consenso científico global en torno a la CAS, es promover narrativas que equiparen la biotecnología con la "ciencia" y cualquier crítica a la biotecnología con la "anti-ciencia". No es casualidad que los ataques a la agroecología por parte de CAS coincidan con un creciente consenso científico global sobre sus méritos.

Estudios han demostrado que el consenso científico percibido es un factor clave para influir en el apoyo público sobre un tema determinado y que esto tiende a fomentar esfuerzos en contra de la "fabricación de dudas" por parte de intereses políticos y creados. A medida que la agroecología cobra mayor impulso, sus defensores pueden estar seguros de que los intentos de generar dudas continuarán. En definitiva, analizar las redes de influencia de la Fundación Gates señala la necesidad de que el movimiento por la soberanía alimentaria desarrolle estrategias de comunicación sólidas propias.

 

Las corporaciones y su ruta de hacer dinero

Un mismo puñado de corporaciones vende agroquímicos tóxicos como insumos para la agricultura industrial y productos farmacéuticos como insumos para la medicina industrial. La enfermedad representa una oportunidad de mercado para este complejo agro médico-industrial. No les interesa promover la agricultura de insumos internos ni sistemas de salud basados en la ciencia del cuerpo como un sistema vivo y autorregulado; tampoco les interesa comprender los vínculos entre la agricultura y la salud. Las ganancias se aseguran vendiendo nuevas "fórmulas mágicas" que no curan y, en cambio, pueden causar nuevas complicaciones.

El sector agrícola industrial puede definirse como uno de los principales actores de la “globalización depredadora”, que prefiere ser valorado por la eficiencia del capital, en lugar del bienestar de las personas. En primer lugar, se trata de una cuestión política, considerando que los alimentos industriales se producen a un alto coste debido a los subsidios públicos, pero se comercializan internacionalmente a través de los llamados “tratados de libre comercio”. Los mercados locales, inundados de comida chatarra barata, pierden a sus proveedores, y los agricultores, bajo la presión de un sistema productivo artificial, se ven obligados a abandonar sus tierras.

Shiva (1), refiere que corporaciones como Bayer, Monsanto, Cargill, Coca-Cola, PepsiCo y Nestlé han conducido a la extinción el 93% de la diversidad de cultivos, aunque la agricultura industrial ha llevado al planeta y a nuestras economías al borde del colapso, está reinventando su futuro basándose en una agricultura y alimentos falsos, con más químicos, más OGM y más mecanización, combinada con agricultura digital, drones de vigilancia, robots y software espía. La agricultura sin agricultores, sin biodiversidad, sin suelo es la visión de quienes están acelerando el colapso ecológico (p. 96).

Es difícil imaginar que industrias enteras, o incluso sectores enteros de la economía, puedan basarse en la enfermedad humana. Tal vez la constatación más disonante a la que debemos enfrentarnos es que el sector sanitario se fundamente en promover y mantener la enfermedad en las personas. Cuando se sigue la pista del dinero, uno se da cuenta de que la industria farmacéutica, y la mayor parte de la clase médica, obtienen la mayor parte de sus beneficios del tratamiento de los síntomas de las enfermedades crónicas. Hay pocos incentivos para identificar y corregir las causas profundas de las enfermedades crónicas o para capacitar a las personas para que no enfermen, cuando se obtienen tantos beneficios.

 

Corrupción de las corporaciones y las autoridades reguladoras

André Leu (4), señala que las empresas que fabrican y venden glifosato son tan poderosas que han convencido a las autoridades gubernamentales y a muchos investigadores científicos de que el glifosato es tan seguro que ni siquiera se molestan en investigar si podría tener parte de la culpa cuando las abejas y las mariposas empiezan a morir en cantidades alarmantes. A su vez, todos sabemos que la contaminación perjudica a las plantas y animales de los que dependemos los seres humanos.

La historia demuestra que las autoridades reguladoras han fracasado sistemáticamente en la prevención de la contaminación del medio ambiente y la salud humana por subproductos previamente considerados seguros, como el arsénico, el asbesto, el plomo, el mercurio, las dioxinas, los PCB, el DDT, la dieldrina y otros contaminantes orgánicos persistentes. En muchos casos, estos productos siguen utilizándose ampliamente, como el mercurio en los empastes dentales, los conservantes en las vacunas y los fungicidas en la agricultura. El DDT se sigue empleando en países como Uganda y China. La pintura con plomo y el asbesto blanco siguen utilizándose ampliamente en muchos países.

Vallianatos en su libro Poison Spring, citado por Leu (4), expone la corrupción de los procesos regulatorios y arroja luz sobre cómo la industria de los pesticidas ha influido indebidamente en los procesos de toma de decisiones. Él trabajó durante veinticinco años en la Agencia de Protección Ambiental (EPA), la principal autoridad reguladora de Estados Unidos. En su libro documenta sobre su tiempo en esta institución, e indica que sus funcionarios saben que las industrias químicas y agroindustriales globales están “fabricando ciencia”. Saben que sus productos son peligrosos. Sin embargo, el poder de la industria corrompe o silencia a los científicos de la EPA, quienes se ven obligados a ocultar o ignorar la verdad. Dice: “Los científicos se encuentran trabajando en un mundo de espejos de feria, plagiando estudios de la industria y copiando y pegando los hallazgos de la industria como si fueran propios” (p.87)

Un gran motivo de preocupación es el enorme conflicto de intereses que genera la "puerta giratoria" mediante la cual exgerentes y abogados de empresas de pesticidas obtienen altos cargos en la EPA. Una vez empleados en la EPA, tienen la facultad de tomar decisiones regulatorias para aprobar los productos de sus antiguos empleadores. De igual manera, los gerentes de la EPA obtienen altos cargos en empresas de pesticidas e influyen en sus antiguos colegas. Este comportamiento corrupto y poco ético, indica Vallianatos es como: “poner al zorro a cargo del gallinero”, y constituye un enorme conflicto de intereses (p.88)

Por otro lado, El Dr. Theo Colborn, citado por Leu (4), ofrece ejemplos que demuestran que la EPA ignora una gran cantidad de estudios científicos revisados por pares y basa sus conclusiones, en gran medida, en estudios no publicados encargados por la industria de los pesticidas. Aunque esta información está disponible, la EPA de EE. UU. rara vez ha utilizado la literatura disponible en sus evaluaciones de riesgos, generalmente utilizando únicamente datos presentados por los fabricantes.

Afirma que, al basarse únicamente en los datos proporcionados por los fabricantes de pesticidas, la EPA pasa por alto casi todos los daños de los retrasos en el desarrollo, morfológicos y funcionales del feto. También carecen de datos sobre cómo los pesticidas interfieren con los sistemas fisiológicos humanos.

Por último, Steven Druker, en su libro Genes alterados, verdad retorcida: Cómo la aventura de manipular genéticamente nuestros alimentos ha subvertido la ciencia, corrompido al gobierno y engañado sistemáticamente al público. (9), ofrece numerosos ejemplos de cómo las mismas empresas manipularon la ciencia en torno a los OGM y los procesos regulatorios, de modo que estos nuevos cultivos se aprobaron con escasas o nulas pruebas. Y de cómo una comunidad influyente de biólogos con intereses especiales en ingeniería genética puso en juego la integridad de la ciencia, manipulando la realidad científica para proteger la imagen de los alimentos genéticamente modificados e impulsar así sus propios acuerdos con las grandes empresas y el gobierno. Desmitificando la creencia de que los organismos reguladores y los científicos trabajan por la seguridad y bienestar de los ciudadanos; en su lugar se conducen siguiendo sus propios intereses de poder y beneficios.

Los libros de Druker, Vallianatos y Shiva son una lectura indispensable para comprender cómo la ciencia, los científicos, los reguladores, los responsables políticos y los principales medios de comunicación se ven corrompidos o manipulados para ignorar la ciencia publicada, basada en la evidencia y revisada por pares, y las advertencias de los expertos, y, en cambio, apoyar decisiones que claramente ponen en peligro la salud del medio ambiente, la población en general y, en especial, la de las y los niños.

 

El futuro que nos depara en la alimentación

Este sistema industrializado está impulsando actualmente la agricultura digital y alimentos falsos, no producidos en granjas: carne, leche, queso, pescado e incluso leche de vaca producidos en laboratorio. Los costos sanitarios, sociales, energéticos y climáticos de este sistema aún no se han evaluado.

La creación de tantas empresas emergentes en el sector de alimentos totalmente artificiales indica la creciente popularidad del desarrollo de una línea de productos alimenticios ultra procesados producidos sintéticamente mediante el uso de avances recientes en biología sintética, inteligencia artificial y biotecnología. Esos nuevos productos buscan imitar y remplazar los productos animales. Este sistema industrializado está impulsando actualmente la agricultura digital y alimentos falsos, no producidos en granjas: carne, leche, queso, pescado e incluso leche de vaca producidos en laboratorio. Los costos sanitarios, sociales, energéticos y climáticos de este sistema aún no se han evaluado.

Vandana Shiva (1), argumenta que debido a que seguimos perdiendo el control sobre el origen y la producción de alimentos, estamos renunciando gradualmente a nuestra soberanía alimentaria. Los alimentos artificiales no se presentan como una alternativa clara a nuestra dieta; más bien, al disfrazarse de una forma de comida tradicional, intentan infiltrarse en nuestras mesas. Es una operación de falsificación en toda regla que pretende controlar nuestras dietas haciendo que los alimentos dependan cada vez más de las empresas multinacionales que los producen y patentan.

La agricultura industrial imagina un futuro agrícola con software espía y drones de vigilancia que recopilan datos, alejando aún más los alimentos de la red ecológica de la vida. La agricultura digital, basada en Big Data y apoyada por la Misión de Innovación Agrícola para el Clima (AIM4C), se promueve agresivamente para difundir la falsa idea de que la agricultura sin agricultores, sin la inteligencia de la naturaleza y de los agricultores, es la única forma de avanzar positivamente con el clima.

Lanzada en 2021, esta iniciativa conjunta de los Emiratos Árabes Unidos y Estados Unidos se centra en impulsar las “tecnologías basadas en datos” y la “toma de decisiones con base científica” en la agricultura. Hasta la fecha, 45 países, incluida la India, se han sumado para apoyar la agricultura de precisión e incrementar drásticamente la inversión y el apoyo a la agricultura y los sistemas alimentarios climáticamente inteligentes.

Pero la agricultura digital es simplemente la siguiente fase de la agricultura industrial centralizada y controlada por las corporaciones. Agravará la crisis climática, no la resolverá, porque consolida el uso de insumos externos creados por las mismas corporaciones que contribuyeron al cambio climático en primer lugar. Por ejemplo, la pulverización de pesticidas dañinos con drones de alta tecnología no reducirá la carga de pesticidas; al contrario, se extenderá a una zona más amplia, incluso a granjas agrícolas que desean mantenerse libres de pesticidas. La digitalización también aumentará el consumo de energía para los procesos computacionales.

Vandana Shiva comenta que los responsables del Big Data dicen que ellos, no los agricultores, nos alimentarán. La realidad es que el Big Data no es más que datos extraídos de los agricultores, procesados mediante algoritmos y luego vendidos como información externa adicional. En 2013, Monsanto adquirió la mayor corporación de datos climáticos del mundo, Climate Corporation, por 1.000 millones de dólares. En 2014, compró la mayor corporación de datos de suelos del mundo, Solum Inc., para proporcionar a los agricultores información y datos de sus campos basados en datos históricos de cultivos, campos y clima.

 

Propuestas de los expertos en agricultura orgánica

Para los especialistas en este campo, ellos/ellas reconocen que es imprescindible que lo que los gobiernos y los responsables de las políticas deben hacer es dejar de promover el paradigma basado en el petróleo y promover, en cambio, una forma de pensar centrada en el suelo y en la tierra: deben poner fin a los subsidios a los combustibles fósiles y a la agricultura industrial y apoyar a las comunidades en una transición hacia sistemas agrícolas y alimentarios locales, ecológicos, biodiversos, libres de venenos y de combustibles fósiles.

Consideran que la agricultura puede pasar de ser un importante emisor de GEI a convertirse en el principal mitigador de emisiones si sigue el proceso natural de intensificación de la biodiversidad y la fotosíntesis.

Los suelos orgánicos son ricos en hongos micorrízicos, que nutren a las plantas, a la vez que estas les aportan carbohidratos como alimento. La relación simbiótica entre plantas y hongos es la base de nuestro sistema alimentario. Las comunidades vegetales globales aportan 13,12 Gt de CO2 a diversas especies de hongos micorrízicos, lo que representa aproximadamente el 36 % de las emisiones actuales de CO2 procedentes de combustibles fósiles.

Los filamentos de los hongos son microscópicos, pero contienen el 36 % de las emisiones anuales de carbono provenientes de combustibles fósiles. Una investigación realizada por Navdanya international (organización de la cual Vandana Shiva es fundadora y dirigente), muestra que la población de hongos en suelos orgánicos se multiplica por 36, mientras que en suelos químicos disminuye hasta un 49 %. La población de bacterias se multiplica por seis. Por lo tanto, los suelos cultivados orgánicamente albergan una biomasa microbiana, una actividad y una diversidad microbianas considerablemente mayores que los suelos cultivados convencionalmente. En concreto, la biomasa microbiana de carbono y nitrógeno es un 41 % y un 51 % mayor, respectivamente, en parcelas orgánicas, que también presentan entre un 32 % y un 74 % más de actividad enzimática microbiana. La mayoría de los estudios revisados revelan diferencias significativas en la composición de la comunidad del suelo, y las prácticas agrícolas orgánicas aumentan la abundancia y actividad de la vida del suelo.

La biodiversidad proporciona múltiples funciones ecológicas que permiten la agricultura sin el uso de productos químicos sintéticos ni combustibles fósiles que destruyen la vida. Puede reducir las emisiones en un 20 %, a la vez que protege los bosques, los pulmones de la Tierra. Al mismo tiempo, la transición de la globalización a la localización de los sistemas alimentarios puede reducir las emisiones derivadas de los "kilómetros alimentarios"; la transición del procesamiento industrial al artesanal, y de los alimentos ultra procesados a los frescos, también puede reducir las emisiones. El consumo de alimentos frescos puede reducir los envases de plástico y aluminio, y en conjunto, estos cambios pueden reducir otro 20 % de las emisiones.

Vandana Shiva (1), explica que cuando añadimos urea al suelo, se destruye la rica biodiversidad de microorganismos que crea la diversidad de nutrientes. De igual manera, cuando ingerimos venenos, nuestro microbioma intestinal comienza a desertificarse. Dado que `humus´ y `humano´ comparten la misma etimología, ¿es de extrañar que cuando los suelos se enferman y desertifican, las sociedades también se enfermen? Puesto que somos más bacterias que humanos, cuando los venenos utilizados en la agricultura industrial (como pesticidas y herbicidas) llegan a nuestro intestino a través de los alimentos, pueden matar bacterias beneficiosas esenciales para la salud.

El concepto de `una sola salud´ propuesto por los corporativos, exige un enfoque ecológico integral, no un enfoque militarizado, mecanicista y reduccionista que declare a las especies que forman parte de nuestro cuerpo y de la Tierra como enemigas que deben ser exterminadas con biocidas, insecticidas, herbicidas y fungicidas. Una sola salud reconoce nuestra relación con otros seres. Somos interseres, organismos multiespecie, una comunidad ecológica, miembros de un ecosistema complejo, auto-organizado y auto-regulado.

Actualmente, nos enfrentamos a una crisis existencial con múltiples emergencias: la pandemia sanitaria; la pandemia del hambre; la pandemia de la pobreza; la pandemia del miedo y la desesperanza, de la desigualdad y la descartabilidad; la emergencia climática; y la emergencia de la biodiversidad y la extinción. Estas emergencias están interconectadas y tienen raíces comunes en una ontología mecanicista y en una epistemología de la separación.

Vandana Shiva refiere que la era de negar el cambio climático y sus desastrosas consecuencias ha terminado. Lo que comemos, cómo cultivamos los alimentos que consumimos y cómo los distribuimos determinará si la humanidad sobrevive o se extingue a sí misma y a otras especies. En definitiva, los alimentos artificiales y sintéticos destruyen nuestra conexión con la naturaleza y, al hacerlo, ignoran por completo el papel de los procesos naturales y las leyes de la ecología que son la base de la verdadera producción alimentaria. Contrariamente a lo que afirman la agroindustria y las empresas de tecnología alimentaria, los alimentos no pueden reducirse a una mercancía que se fabrica mecánica y artificialmente en laboratorios y fábricas. Los alimentos son la moneda de cambio de la vida y en ellos se refleja la contribución de todos los involucrados en todas las etapas de su producción.

Con una actitud optimista, la autora comparte que el mundo asiste al resurgimiento y la reafirmación de la agricultura ecológica, biodiversa y libre de químicos, practicada por pequeños agricultores. Cada vez más personas adoptan la agroecología, ya sea en parcelas públicas o en huertos privados. Así es como se restablecen la democracia y la soberanía alimentarias, arrebatándoselas al control corporativo. Este sistema alimentario, libre de venenos y plásticos, y basado en la localidad, beneficia tanto a nuestro planeta como a sus habitantes.

Los animales, los seres humanos y la naturaleza siempre han vivido en relaciones simbióticas e interconectadas que, a su vez, regeneran todos los sistemas que sustentan la vida. Esta sinergia es vital para la renovación de la fertilidad del suelo, la creación de hábitat para la biodiversidad y el rejuvenecimiento de los ciclos del agua, el carbono y los nutrientes de la Tierra. La verdadera solución no reside en crear sustitutos de los alimentos, sino en comprender las necesidades de los ecosistemas en los que vivimos.

El cuidado de la Tierra implica actuar por la justicia climática, la justicia alimentaria, la justicia sanitaria y la justicia social y económica, tanto para los productores como para los consumidores. Con cada semilla que sembramos, cada planta que cultivamos, cada bocado que comemos, elegimos entre la degeneración y la regeneración.

Es hora de conectar la crisis climática y la crisis de la biodiversidad con el sistema alimentario industrial. Es hora de comprender que los mismos sistemas alimentarios ultra-procesados, basados en combustibles fósiles, con un uso intensivo de sustancias químicas y de recursos, que causan trastornos metabólicos en los seres humanos, están provocando trastornos metabólicos en la Tierra, cuyo síntoma es el cambio climático. En la raíz de la policrisis se encuentra una mentalidad mecánica y militarista, una monocultura mental que reduce la biodiversidad, la auto-organización y la vida de la Tierra a materia prima para la máquina de hacer dinero. Es hora de reconocer la diferencia entre la falsa ciencia y las falsas soluciones del 1% y las profundas ciencias ecológicas de los sistemas vivos, y las verdaderas soluciones ecológicas a las crisis reales e interconectadas que enfrentamos.

Mientras el sector de la “atención a enfermos” sirve a sus propios fines para mantener a las personas crónicamente enfermas, muchos profesionales de la medicina alternativa y de la salud están encontrando nuevas formas, o redescubriendo formas antiguas, de ayudar a las personas a curarse utilizando alimentos ecológicos certificados: sanos, nutritivos y reales; hierbas y otros productos naturales, en lugar de fármacos sintéticos que alteran las vías biológicas. Eliminando los alimentos envasados que suelen incluir inhibidores del moho, tintes y colorantes artificiales.

Por último, los pequeños agricultores ecológicos son los superhéroes del siglo XXI, al igual que las y los defensores de la salud, los activistas políticos y los abogados que luchan contra las empresas químicas y biotecnológicas: el consorcio del 1% formado por los personajes más ricos (y corruptos) del mundo, que están acabando con el planeta y con la vida y salud de todos y todas, humanos y no humanos.

 

Agradecimientos

Agradezco al Dr. Oscar A. Campbell su amabilidad al proporcionarme el esquema relativo al eje intestino-cerebro; que aclara el proceso de cómo se ve afectada la microbiota intestinal, la cual conduce a diferentes afecciones del sistema nervioso.

 

Referencias

1. Shiva, V. The Nature of Nature: The Metabolic Disorder of Climate Change. Printed in Canada: Chelsea Green Publishing. 2024.

2. Gálvez, A. Comer con el TLC. Comercio, políticas alimentarias y la destrucción de México. Ciudad de México: Editorial Fondo de Cultura Económica.2022.

3. Seneff, S. Legado Tóxico cómo el herbicida Glifosato está destruyendo nuestra salud y   el medioambiente. Barcelona: Ediciones de la Tempestad SL.2023.

4. Leu,A.Poisoning our children. The Parent´s Guide to the Myths of Safe Pesticides.Viroqua: Acres USA 2025.

5. Guillete EA, Meza MM, Aguilar MG, Soto AD, Garcia IE. Anthropological Approach to the Evaluation of Preschool Children Exposed to Pesticides in México. Environmental Health Perspectives.1998;(6):347-353.

6. Shiva, V. Philanthrocapitalism & The Erosion of Democracy. Santa Fe: Sinergetic Press, 2022.

7. Dentico, N. The Philanthropic Monopoly of Bill & Melinda Gates. En: Shiva, V. Philanthrocapitalism & The Erosion of Democracy. Santa Fe: Sinergetic Press, 2022.

8. Watch, A. How the Cornell Alliance Spreads Disinformation and Discredits Agroecology. En Philanthrocapitalism & The Erosion of Democracy. En: Shiva, V. Philanthrocapitalism & The Erosion of Democracy.Santa Fe: Sinergetic Press, 2022.

9. Druker, S. Genes alterados, verdad adulterada: Cómo la empresa de los alimentos modificados genéticamente ha trastocado la ciencia, corrompido a los gobiernos y engañado a la población. Barcelona: Editorial Icaria, 2018. Barcelona: Editorial Icaria, 2018.

 

Otras lecturas

Calvo L, y Rueda C. Decolonize your Diet. Vancouver: Arsenal Pulp Press, 2015.

Shabecoff, P. y Shabecoff, A. Poisoned Profits. The Toxic Assault on Our Children. New York: Random Hpuse, Inc. 2008.

Shiva,V. Oneness Vs de 1%, Shattering illusions, Seeding Freedom. Vermount: Chelsea Green Publishing, 2018.

Shiva, V. Biopiracy. The Plunder of Nature and Knowledge. Berkeley: North Atlantic Books, 2016.

 

Páginas en Internet (imágenes)

Reporte: Ag One: Recolonisation of Agriculture. En: https://www.navdanya.org/attachments/article/703/Ag-One-17thfeb.pdf

https://www.navdanya.org/

https://thefern.org/2024/05/the-u-s-mexico-tortilla-war/

Tremlett H, Bauer KC, Appel-Cresswell S, Finlay BB, Waubant E. The gut microbiome in human neurological disease: A review. Ann Neurol. 2017 Mar;81(3):369-382. doi: 10.1002/ana.24901. Epub 2017 Mar 20. PMID: 28220542.